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Jueves 06 Febrero 2014
Santo Pablo Miki
Pablo Miki nació en Japón el año 1566 de una familia
pudiente; fue educado por los jesuitas
en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos con gran
fruto.
Al recrudecer la
persecusión contra los católicos, decidió continuar su ministerio y fue
apresado junto con otros. En su camino
al martirio, él y sus compañeros cristianos fueron forzados a caminar 600 millas para servir de
escarmiento a la población. Ellos iban
cantando el Te Deum. Les hicieron sufrir mucho. Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras perdonaba a sus
verdugos, fue crucificado el día 5 de
febrero de 1597. Desde la cruz predicó su último sermón.
Junto a el
sufrieron glorioso martirio el escolar Juan Soan (de Gotó) y el hermano
Santiago Kisai, de la Compañía de Jesús,
y otros 23 religiosos y seglares.
Todos ellos
fueron canonizados por Pío IX en 1862.
Declarada una persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o
religiosos de la Compañía de Jesús o de
la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en
Japón, junto con diecisiete laicos,
fueron apresados, duramente maltratados y,
finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por
ser cristianos fueron clavados en
cruces, manifestando su alegría por haber merecido morir como murió Cristo. Sus nombres son:
Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai,
religiosos de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de
la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco,
presbíteros de la Orden de los Hermanos
Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San
Miguel de la Parilla, religiosos de la
misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo
Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki,
Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan
Kinuya, Matías, Francisco de Meako,
Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto,
neofitos.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos
mártires Miki y sus compañeros la valentía de aceptar la muerte por el nombre
de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de
aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes,
confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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