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Domingo 16 Febrero 2014
Beato José Allamano
Nació en Castelnuovo d’Asti el 21 de enero de 1851. Sus padres
eran campesinos y tuvieron cinco hijos. José fue el cuarto. A los 3 años perdió
a su progenitor, y a partir de entonces su madre, su maestra Benedetta Savio,
su tío san José Cafasso y san Juan Bosco se ocuparían de formarle en las
distintas etapas de su vida. Su encuentro con éste último se produjo en 1862.
José era uno de los moradores del Oratorio de Valdocco y tuvo la gracia de
tenerle como confesor. Los cuatro años que pasó junto a Don Bosco, como le
sucedió a otros muchachos, dejaron una profunda huella en su vida. De hecho, el
afecto por este gran maestro perduró siempre en su corazón. No en vano había
descubierto su vocación junto a él. De Valdocco partió a Turín. No había quien
lo detuviese. Por eso, cuando sus hermanos mostraron frontal oposición a su
decisión de convertirse en sacerdote, se posicionó advirtiendo con firmeza: «El
Señor me llama hoy … no sé si me llamará aún dentro de dos o tres años». Así
es. El «tren de las 5», dicho en términos metafóricos, pasa a esa hora exacta y
no a otra, y José lo tomó. Son radicales decisiones que cambian la vida,
cascada inextinguible de bendiciones.
Su salud era lamentable. En más de una ocasión estuvo a punto
de morir. La debilidad que fue compañera de su vida se hizo patente el primer
año de su permanencia en el seminario. Pero como Dios dilata las fuerzas
humanas hasta límites insospechados, atravesó ese itinerario llenándolo con sus
virtudes que edificaron al resto de sus compañeros, y fue ordenado en 1873.
Poseía excelentes cualidades para la formación. Por eso, y aunque le hubiera
agradado especialmente la labor pastoral ejercida en una parroquia, pasó siete
intensos años dedicados a los seminaristas en calidad de asistente y director
espiritual del seminario mayor por expresa designación del arzobispo, Mons.
Gastaldi. Mientras, seguía completando sus estudios. Obtuvo la licenciatura en
teología y la acreditación para impartir clases en la universidad entre los
años 1876 y 1877. Además de enseñar derecho canónico y civil, se convirtió en
el decano de estas facultades. En 1880 le designaron rector del santuario de la
Consolata, patrona de Turín. Inicialmente temió a su juventud y la
inexperiencia de sus 29 años. El bondadoso arzobispo, que ya le había animado
cuando le encomendó el seminario, le escuchó paternalmente y acogió benévolo su
inquietud: «Pero monseñor, soy muy joven», había dicho José. Y el prelado
nuevamente le alentó: «Verás que te amarán. Es mejor ser joven, así, si
cometieras errores, tendrás tiempo para corregirlos». Inspirado consejo. Ese
fue el destino de José hasta el final.
Tomó como estrecho colaborador a su amigo y dilecto compañero,
el P. Santiago Camisassa. Y juntos sellaron una bellísima historia de amistad
que duró más de cuatro décadas, compartiendo colegialmente, con caridad y
respeto, proyectos diversos que pusieron en marcha. Entre los dos convirtieron
el santuario en un templo ricamente restaurado y espiritualmente renovado
haciendo de él un importante núcleo mariano. José era un gran confesor. Fue
rector del santuario de san Ignacio, un lugar en el que había resonado también
la voz de su tío, san José Cafasso, que incendió su corazón con un amor
singular por los seminaristas y sacerdotes. Allamano convirtió el lugar en un
centro de espiritualidad genuino que estaba a rebosar; tal era su influjo sobre
las gentes. Se había propuesto «hacer bien el bien y sin hacer ruido». Tenía un
espíritu misionero ejemplar acrecentado al tratar con uno de ellos que estaba
destinado en Etiopía, Guillermo de Massia, y el celo apostólico que le
caracterizaba lo inculcó a los sacerdotes. Lo tenía claro: él no había podido
ir a misiones, pero otros podrían hacerlo. Y llevó a su oración este anhelo.
En 1900 se libró milagrosamente de una grave enfermedad por
las fervientes oraciones dirigidas a la Virgen de la Consolata y la ayuda del
cardenal Richelmy. Un año después recibió la autorización para dar inicio a su
fundación. Primeramente surgieron los misioneros. En 1909 mantuvo una audiencia
con Pío X, quien alentándole en otro nuevo paso, le dijo: «...si no tienes
vocación para fundar religiosas, te la doy yo». Y el 29 de enero de 1910 puso
en marcha la fundación de las misioneras de la Consolata. Tres años más tarde
partían para las misiones. Este incansable apóstol y gran formador de jóvenes y
sacerdotes, devoto de María e impulsor de una revista mariana, estuvo implicado
en numerosas acciones, incluidas las que llevó a cabo durante la Primera Guerra
Mundial. Murió en Turín el 16 de febrero de 1926. En su testamento hizo notar:
«Por ustedes he vivido tantos años, y por ustedes he consumido bienes, salud y
vida. Espero que, al morir, pueda convertirme en su protector desde el cielo».
Fue beatificado el 7 de octubre de 1990 por Juan Pablo II.
Oremos
Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo del Beato José
Allamano nos estimule a una vida más perfecta y que cuantos celebramos su
fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.
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