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Miércoles 19 Febrero 2014
San Conrado Confalonieri
San Conrado Confalonieri de Piacenza
Nació en Piacenza (Italia) hacia el año 1290, de familia
noble. Fue amante de la vida mundana y de la caza. En una cacería ordenó a sus
criados que prendieran fuego al matorral donde se habían escondido unas piezas.
El fuego se extendió y arrasó campos y casas. Conrado volvió a la ciudad sin
que nadie lo viera.
Acusado del incendio un hombre pobre, fue condenado a muerte.
Esto hizo reflexionar a Conrado, que se declaró culpable y tuvo que satisfacer
con sus bienes los daños causados. Él y su mujer quedaron en la miseria, pero
vieron en ello la mano de Dios y decidieron consagrarse al Señor. Ella entró en
las clarisas y él optó por la vida de ermitaño. Vistió el hábito de la Tercera
Orden de San Francisco. Peregrinó por Roma y Malta, llegó a Sicilia y se
estableció en Noto. Atendió a los enfermos del Hospital hasta que, para huir de
sus devotos, se retiró en un eremitorio cercano. Allí murió el 19 de febrero de
1351.
Suele considerarse a Conrado Confalonieri como «San Conrado de
Piacenza» -incluso en la liturgia de la Orden franciscana a la que perteneció
como terciario-, aunque no consta que fuera canonizado. Hay constancia
histórica de que el papa León X, el 12 de julio de 1515, mandó que se
recogieran todos los testimonios de curaciones atribuidas a la intercesión del
siervo de Dios, especialmente curaciones de hernia, y decidió confirmar el
culto que desde 1425 se le tributaba en Siracusa «como Beato no canonizado».
En cuanto a los datos biográficos, se cuenta con la «Vida del
Beato Conrado», de autor desconocido, escrita en latín entre los siglos XIV y
XV.
Conrado Confalonieri nació en Piacenza, Norte de Italia, de
familia noble, hacia 1290. En su juventud fue protagonista de un suceso que
cambió radicalmente su vida. Mientras estaba cazando, decidió encender una
hoguera con el fin de que los conejos salieran de sus madrigueras. Entusiasmado
por el éxito de su ocurrencia, mientras se dedicaba a cazar los conejos que
iban saliendo, el fuego fue cobrando tales proporciones que, cuando lo
advirtió, ya era tarde para controlarlo. Varias viviendas de las afueras de la
ciudad cayeron calcinadas por aquel fuego voraz. Intentó pasar inadvertido,
hasta que se enteró de que habían acusado a un pobre hombre, que a punto estuvo
de pagar con su muerte la imprudencia de Conrado.
Ante esta noticia, reaccionó el joven cazador. Se presentó
ante las autoridades y se declaró culpable de los daños acaecidos por el
incendio. Y, para castigar la imprudencia que ocasionó graves perjuicios y
compensar a los damnificados, le fueron confiscados todos los bienes a Conrado.
Viéndose completamente arruinado, hacia el año 1329 aproximadamente, optó por
dedicarse a la mendicidad itinerante.
Pero actuó la gracia de Dios, que jamás deja desamparados a
quienes confían en el amor y misericordia del Padre: el Conrado pobre puso su
confianza en el Señor y el mendigo vagabundo añadió a su necesaria mendicidad
la voluntaria penitencia por su vida pasada, y la asidua oración.
Uno de los biógrafos de Conrado, G. Pugliese, autor de una
vida en verso al estilo de los juglares de la época -Vita e miracoli di San
Conrado piacentino-, habla del ingreso de Conrado en la Tercera Orden de San
Francisco en Gorgolara, sin abandonar su estado seglar. Llegó a contraer
matrimonio con Eufrosina. Pero, como las fuertes inclinaciones espirituales de
Conrado le impelían a una vida de plena soledad y austeridad, hacia el año
1331, de acuerdo con su esposa, él se retiró a Noto, en Sicilia, donde hizo
vida eremítica, y ella ingresó en un monasterio de clarisas.
Conrado permaneció en Noto hasta 1333. Pero buscaba un lugar
completamente apartado del mundanal ruido. Y lo encontró en Pizzoni, a unos
cinco kilómetros de Noto. Fue el retiro definitivo de su vida, aunque la fama
de su santidad atrajo devotos, curiosos y enfermos que buscaban el milagro de
la curación. Y entre los enfermos, muchos estaban aquejados de hernia, que el
venerable ermitaño curaba. Desde entonces, se le considera especial protector
de los enfermos de hernia. En Pizzoni esperó a la hermana muerte, que lo llevó
al cielo el 19 de febrero de 1351.
A mediados del siglo XVIII se erigió en su honor una iglesia
en Pizzoni, en el mismo lugar donde estaba el eremitorio donde vivió y murió.
Fue el punto culminante de una serie de reconocimientos pontificios de las
cualidades sobrenaturales de san Conrado. En 1485 ya se habían registrado
cuarenta y dos milagros realizados por su intercesión, más de la mitad
curaciones de hernias. A raíz del reconocimiento de esos milagros, León X lo
declaró «Beato no canonizado» en 1515 y aprobó el culto que se le daba en
Sicilia, que Pablo III amplió a Piacenza en 1600.
La Orden franciscana venera a este ilustre miembro seglar de
su familia y celebra su memoria el 19 de febrero, desde que Urbano VIII, por
decreto del 12 de septiembre de 1625, concedió a la Orden celebrar misa y
oficio del santo eremita.
La iconografía suele representar a Conrado vestido de ermitaño
y descalzo. Como atributos tiene un ciervo, un perro, los pajarillos que lo
rodeaban en su retiro y las llamas de un incendio. También con un báculo y un
rosario.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San Conrado Confalonieri de
Piacenza el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos
también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo
fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la
persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
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