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FEBRERO 16 2.013
DIVERS / Joseph Allamano

Nació en Castelnuovo d’Asti el 21 de enero de 1851. Sus padres eran
campesinos y tuvieron cinco hijos. José fue el cuarto. A los 3 años perdió a su
progenitor, y a partir de entonces su madre, su maestra Benedetta Savio, su tío
san José Cafasso y san Juan Bosco se ocuparían de formarle en las distintas
etapas de su vida. Su encuentro con éste último se produjo en 1862. José era uno
de los moradores del Oratorio de Valdocco y tuvo la gracia de tenerle como
confesor. Los cuatro años que pasó junto a Don Bosco, como le sucedió a otros
muchachos, dejaron una profunda huella en su vida. De hecho, el afecto por este
gran maestro perduró siempre en su corazón. No en vano había descubierto su
vocación junto a él. De Valdocco partió a Turín. No había quien lo detuviese.
Por eso, cuando sus hermanos mostraron frontal oposición a su decisión de
convertirse en sacerdote, se posicionó advirtiendo con firmeza: «El Señor me
llama hoy … no sé si me llamará aún dentro de dos o tres
años». Así es. El «tren de las 5», dicho en términos metafóricos, pasa a
esa hora exacta y no a otra, y José lo tomó. Son radicales decisiones que
cambian la vida, cascada inextinguible de bendiciones.
Su salud era lamentable. En más de una ocasión estuvo a punto de morir. La
debilidad que fue compañera de su vida se hizo patente el primer año de su
permanencia en el seminario. Pero como Dios dilata las fuerzas humanas hasta
límites insospechados, atravesó ese itinerario llenándolo con sus virtudes que
edificaron al resto de sus compañeros, y fue ordenado en 1873. Poseía excelentes
cualidades para la formación. Por eso, y aunque le hubiera agradado
especialmente la labor pastoral ejercida en una parroquia, pasó siete intensos
años dedicados a los seminaristas en calidad de asistente y director espiritual
del seminario mayor por expresa designación del arzobispo, Mons. Gastaldi.
Mientras, seguía completando sus estudios. Obtuvo la licenciatura en teología y
la acreditación para impartir clases en la universidad entre los años 1876 y
1877. Además de enseñar derecho canónico y civil, se convirtió en el decano de
estas facultades. En 1880 le designaron rector del santuario de la Consolata,
patrona de Turín. Inicialmente temió a su juventud y la inexperiencia de sus 29
años. El bondadoso arzobispo, que ya le había animado cuando le encomendó el
seminario, le escuchó paternalmente y acogió benévolo su inquietud: «Pero
monseñor, soy muy joven», había dicho José. Y el prelado nuevamente le
alentó: «Verás que te amarán. Es mejor ser joven, así, si cometieras
errores, tendrás tiempo para corregirlos». Inspirado consejo. Ese fue el
destino de José hasta el final.
Tomó como estrecho colaborador a su amigo y dilecto compañero, el P. Santiago
Camisassa. Y juntos sellaron una bellísima historia de amistad que duró más de
cuatro décadas, compartiendo colegialmente, con caridad y respeto, proyectos
diversos que pusieron en marcha. Entre los dos convirtieron el santuario en un
templo ricamente restaurado y espiritualmente renovado haciendo de él un
importante núcleo mariano. José era un gran confesor. Fue rector del santuario
de san Ignacio, un lugar en el que había resonado también la voz de su tío, san
José Cafasso, que incendió su corazón con un amor singular por los seminaristas
y sacerdotes. Allamano convirtió el lugar en un centro de espiritualidad genuino
que estaba a rebosar; tal era su influjo sobre las gentes. Se había
propuesto «hacer bien el bien y sin hacer
ruido». Tenía un espíritu misionero ejemplar acrecentado al tratar
con uno de ellos que estaba destinado en Etiopía, Guillermo de Massia, y el celo
apostólico que le caracterizaba lo inculcó a los sacerdotes. Lo tenía claro: él
no había podido ir a misiones, pero otros podrían hacerlo. Y llevó a su oración
este anhelo.
En 1900 se libró milagrosamente de una grave enfermedad por las fervientes
oraciones dirigidas a la Virgen de la Consolata y la ayuda del cardenal
Richelmy. Un año después recibió la autorización para dar inicio a su fundación.
Primeramente surgieron los misioneros. En 1909 mantuvo una audiencia con Pío X,
quien alentándole en otro nuevo paso, le dijo: «...si no tienes vocación
para fundar religiosas, te la doy yo». Y el 29 de enero de 1910 puso en
marcha la fundación de las misioneras de la Consolata. Tres años más tarde
partían para las misiones. Este incansable apóstol y gran formador de jóvenes y
sacerdotes, devoto de María e impulsor de una revista mariana, estuvo implicado
en numerosas acciones, incluidas las que llevó a cabo durante la Primera Guerra
Mundial. Murió en Turín el 16 de febrero de 1926. En su testamento hizo
notar: «Por ustedes he vivido tantos años, y por ustedes he consumido
bienes, salud y vida. Espero que, al morir, pueda convertirme en su protector
desde el cielo». Fue beatificado el 7 de octubre de 1990 por Juan Pablo
II.
Oremos
Concédenos,
Señor todopoderoso, que el ejemplo del Beato José Allamano nos estimule a una
vida más perfecta y que cuantos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus
ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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