miércoles
25 Junio 2014
San Guillermo
Vercelli
Nació en Vercelli, Italia, en 1085.
Procedía de un familia piamontesa de noble ascendencia. No pudo gozar de sus
padres porque le dejaron huérfano tempranamente; entonces se hicieron cargo de
él unos familiares. La vida austera con su sacrificio le llamaba invitándole a
emprender esa vía cuánto antes. Tanto le urgía que, siendo un adolescente, con
un rasgo de madurez inusual a esa edad, renunció a la herencia que le
correspondía y se dispuso a peregrinar a Compostela; como tantos romeros quería
postrarse ante la tumba del apóstol Santiago. Llegar a España en esa época era
toda una hazaña, como él constató. Sin embargo, debieron parecerle una minucia
las dificultades ya que, a las inclemencias meteorológicas y penalidades del
camino, añadió un instrumento de penitencia que ciñó a su cuello para
mortificarse: dos aros de hierro forjados por un hábil herrero con un resorte
que le permitía desprenderse de ellos cuando lo deseaba. Más de un lustro tardó
en llegar a su destino. Un periodo que le permitió profundizar en el amor de
Dios manteniendo su presencia constante en su mente, y compartir las delicias
de la unión con Él con las numerosas personas que halló al paso. Progresaba en
su vida ascética y con ella iba incrementándose su devoción y piedad, una simbiosis
coronada por la oración que tenía su expresión en el más completo abandono. Los
pies desnudos, pan y agua por todo alimento, o, como mucho, alguna verdura
aliñada exclusivamente con vinagre, y el mínimo descanso efectuado al aire
libre; esto era todo lo que se permitía. Y fue fortaleciéndose, viendo cómo se
acrecentaba vertiginosamente el anhelo de darse a sí mismo por amor a Dios.
•Tras un periodo de
tiempo impreciso de permanencia en España, regresó a Italia. Entonces se
propuso emprender nueva peregrinación para llegar a Tierra Santa. De camino
recorrió diversos lugares de Italia. Solía detenerse en los templos de las
ciudades compartiendo la devoción de los habitantes por los santos venerados en
ellos. En Taranto sufrió un grave percance; fue atacado por unos ladrones. El
hecho, que juzgó providencial, le hizo comprender que tal vez su destino era
otro. Mientras se reponía del asalto tuvo ocasión de dilucidarlo. Acudió a san
Juan de Matera, que había fundado en Taranto una congregación regida por la
regla benedictina, y le hizo partícipe de su inquietud. Juan convino con él en
la pertinencia de ese episodio que parecía esconder un signo de la voluntad
divina. En unos días Guillermo determinó renunciar al viaje y permanecer en
Italia. La decisión fue corroborada con una visión en la que se le hizo ver que
sería artífice de una nueva congregación dedicada a la Virgen. Despejada toda
duda, buscó el lugar más conveniente para dedicarse a la meditación adoptando
el espíritu del yermo.
•Después de haber
convivido junto a san Juan de Matera, cruzó Basilicata y llegó a Irpinia. Atrás dejaba una bien ganada fama
que le persiguió por algún que otro prodigio realizado en Monteserico y en el Sasso Barisano, cerca de Matera. Huía de aclamaciones populares; sería uno
de los signos que iban a acompañarle. Donde llegaba, con su virtud atraía a las
multitudes. Eso le sucedió en el monte Partenio, aunque lo eligió buscando la soledad, refugiándose en una
de sus cimas a efecto de recluirse en oración y penitencia. Los años de
permanencia en el lugar no le permitieron lograr plenamente su propósito. Era
una época floreciente para la vida eremítica, y no tardaron en unirse a él
nuevos aspirantes que integraron la primera comunidad. A ésta se debe la
construcción de la iglesia dedicada a la Virgen, cuyas obras culminaron en
1124; a partir de entonces, el monte comenzó a denominase Montevergine. Este hombre austero, célebre
también por su forma de comparecer en público –chocante para una mayoría–
aherrojado con cadenas y grilletes como un presidiario, tenía como modelo a
Cristo Redentor; pensaba en los atroces suplicios que padeció por el género
humano. Como no le asustaban las penitencias del grado que fueran, la regla que
dio a sus discípulos para que la siguieran en su día a día, impregnada por este
sentimiento, y fundamentada en la de san Benito, no contentó a todos. Y eso que
había proporcionado a los suyos pautas claras, sencillas, inspiradas en el
Evangelio, como las siguientes: «Soy del parecer, hermanos, que trabajando
con nuestras manos nos ganemos la comida y el vestido para nosotros y para los
pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo
suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos
nuestra salvación y la de nuestros hermanos».
•Guillermo perseguía
el sosiego requerido para dialogar con Dios. Cuatro años más tarde, abandonó Partenio y se dirigió a Goleto. Allí creó un monasterio para
mujeres, atendidas espiritualmente por varones. Fue otra estación de paso. A
partir de ahí, emprendió una constante peregrinación por Irpinia, Sannio, Lucania, Apulia, donde, junto a Juan de
Matera, fundó Monte Laceno, y Sicilia. En todas los lugares
quedaba marcada la huella de sus muchas virtudes. Los monasterios que erigía
tenían la misma regla. Una vez que estaban en marcha los dejaba bajo custodia
de un prior, y se encaminaba a realizar nueva fundación; ese fue siempre su
criterio. El rey normando Rogelio II de Nápoles, que logró unificar Sicilia,
Calabria y Apulia, le tuvo en gran estima; lo nombró consejero. En todo momento
gozó de su protección y generosa ayuda para sus fundaciones, y Guillermo se
hizo cargo de otras que el monarca puso bajo su amparo. Murió con fama de
santidad en Goleto el 25 de junio de 1142. Su culto fue
aprobado por la Santa Sede en 1728 y lo difundió a la Iglesia en 1785. En 1807
sus restos fueron trasladados a Montevergine. Pío XII lo declaró patrono de Irpinia en 1942.
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•Santo(s) del día
San Máximo de Torino
San Próspero de Reggio
Santa Tigris
San Próspero de Aquitania
San Sosípatro
Santa Lucía Roma
San Galicano
Santa Febronia
San Antido
San Adalberto Holanda
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