jueves
12 Junio 2014
Beata Mercedes de Jesús
Molina y Ayala
Nació el 24 de septiembre de 1828 en Baba, Guayaquil; Los Rios en la actualidad. Sus padres eran hacendados, dueños de grandes plantaciones de cacao. Fue la benjamina de tres hermanos, y aprendió lo que precisaba para poder desenvolverse de forma airosa en la sociedad y en el hogar. En 1830 murió su padre y en 1841 su madre. En 1844 se trasladó a Guayaquil y convivió durante cinco años con una amiga de la familia. En 1849 su hermana María se afincó en la ciudad, y se fue a vivir con ella. No se parecían en nada. María tenía criterios mundanos que la beata terminaría por no compartir, aunque durante un corto periodo de tiempo, en cierto modo se dejó llevar de sus costumbres. Aquélla era singularmente rumbosa y agasajaba a sus muchos amigos, y a Mercedes le atraían lujo y comodidades. Huérfana, adinerada y de buen parecer, fue cortejada por un insistente caballero que logró arrancarle su consentimiento. Pero no estaba convencida. Dos caminos opuestos rondaban su mente, aunque el matrimonio no lograba imponerse al ardoroso afán de entrega a Dios que brotaba de su interior. Mientras determinaba qué hacer, en la espléndida hacienda de su hermana practicando equitación tuvo una caída y se fracturó el brazo. En la convalecencia leyó la biografía de Mariana de Jesús. Y reparando de otro modo en la presencia del crucifijo que heredó de sus padres, y que tenía junto a la cama, quedó profundamente conmovida. Una noche sintió que era invitada a ofrecerse a sí misma a Dios, y canceló el compromiso. Tomó el hábito mercedario introduciendo en su vida la oración, la mortificación, el ayuno y obras de caridad. Era el inicio de un irreversible itinerario espiritual. En 1850 conoció a los jesuitas que acababan de instalarse en la ciudad. El P. Luis Segura fue su confesor. A partir de entonces intensificó notablemente sus penitencias. Gran parte del día estaba dedicado a la oración, y las escasas horas restantes las destinaba a asistir a misa, rezar el rosario y trabajar en algunas manualidades. Imitando a Mariana de Jesús adoptó para sí disciplinas extremas, sin temor a castigar su cuerpo. Su confesor el P. Carbó se percató del estrago físico que acarreaban para ella, y decidió autorizarlas con carácter puntual. Más adelante, otro confesor le permitió seguir realizándolas, y su salud empeoró. El año 1862 marcó el inicio de experiencias místicas: éxtasis diversos con frecuente pérdida de los sentidos que, en ocasiones, se producían a la vista de los demás. Por esta época a través de un rosal en flor entendió que Dios le anunciaba la fundación de un colegio religioso. Amaba tanto a Jesús que quiso llevarlo junto a su nombre, y como Mercedes de Jesús sería conocida para siempre.
Vivía cerca de la
catedral y recorría la distancia entre su casa y el tempo yendo de rodillas. Lo
hacía tratando de ser discreta, eligiendo las claras del día. Sin embargo este
gesto no pasó desapercibido para el vecindario, y suscitó numerosos comentarios
que la dejaron malparada. Entre otros calificativos fue tildada de beata,
apreciación que en 1863 se extendió por Guayaquil. Ese año conoció al P.
Millán, que tenía fama de santo; fue su confesor y le puso en contacto con
Narcisa de Jesús Martillo Morán, canonizada por Benedicto XVI en 2008. Ambas
llevaron caminos parejos en su amor a la cruz, mortificaciones y penitencias.
El domicilio de Mercedes, conocido por la gente como «casa de las beatas»,
estaba en boca de todos, aunque las habladurías pasaron por su lado sin
perturbarla. Cuando enfermó el P. Millán, eligió como confesor al P. Bovo. Le dio gran parte
de su herencia para la construcción de la iglesia de San José, y el resto lo
repartió entre los necesitados. Profesó y eligió un hábito negro que vistió
hasta el fin de sus días. Dejó a su hermana María, que llevaba una vida poco
recomendable, y se trasladó a un orfanato impulsado por su tía ayudándola en su
generosa labor. En 1870 acompañó al P. Bovo a Gualaquiza. Y allí evangelizó a los indios aborígenes (jíbaros);
hizo de enfermera y profesora. Maduró la idea de poner en marcha una
congregación dedicada a la enseñanza de las niñas, pero hubo una epidemia de
viruela y regresó a Cuenca. En 1872 fundó el «Beaterio Mariana de Jesús», un
orfanato para niñas pobres. Al año siguiente se trasladó a Riobamba decidida a
emprender la fundación de las «Marianitas». Un jesuita se opuso frontalmente,
pero firme en lo que entendía era voluntad divina, en la primavera instituyó la
obra junto a tres amigas. El obispo Ordóñez, que dio su visto bueno, se sentía
cofundador, y juzgó que no era apta para dirigir la Orden, de modo que se la
encomendó a otra religiosa y a ella la relegó. Con todo fue maestra de
novicias, asistenta, directora de huérfanas, enfermera y portera, siempre con
signos heroicos de su amor. Envejecida prematuramente por disciplinas y
sufrimientos, murió el 12 de junio de 1883. Juan Pablo II la beatificó el 1 de
febrero de 1985. Es conocida como «La rosa del Guayas».
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Santo(s) del día
Beata Mercedes de Jesús Molina y Ayala
Santa Paola Frassinetti
San Juan Sahagún
Beata Verna
San Basílides (303)
Santa Antonina
San Olimpio
San Anfión
San Onofre
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