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__15 ENERO 2.013 __
SAN PAOLO DI TEBE EREMITA / F
San Pablo es venerado por la Iglesia como
modelo de la vida solitaria, por ser el primer ermitaño o anacoreta de quien
habla la historia. Nació en la Tebaida, hacia el año 228. Sus padres le dieron
una esmerada educación en las ciencias humanas, pero él cada día progresaba más
en las divinas. Quedó huérfano muy joven, heredero de los bienes paternos, de
los que muy pronto se desprendió totalmente para siempre.
Ante la
persecución contra los cristianos decretada por el emperador Decio, huyó al
desierto. En principio su idea era estar allí sólo hasta que amainase la
persecución. Pero empezó a tomarle gusto al silencio del desierto, a la oración
sin estorbos. Perdió el miedo a las fieras que al principio le asustaban. Y se
quedó en el desierto, para no salir nunca más. Una pléyade de anacoretas le
seguirían, y "el desierto se cubrió de flores".
Se adentró más y más en
aquellas soledades. Encontró una cueva como destinada para él por la divina
Providencia, y determinó sepultarse en ella para todos los días de su vida, sin
otra ocupación que contemplar las verdades eternas y gastar en oración los días
y las noches.
Había a la entrada de la cueva una palmera que con sus
hojas y dátiles le daba para cubrirse y alimentarse. Más tarde cuenta la
tradición que, la divina Providencia, que alimenta las aves del cielo y viste
los lirios del campo, dispuso que un cuervo, como al santo profeta Elías, le
trajese cada día medio pan, prodigio que duró hasta el día de su
muerte.
Tenía Pablo 113 años y llevaba ya 90 en el desierto. Entonces San
Antonio, que tenía 90 años y vivía en otro desierto - la región de la Tebaida
estaba llena de anacoretas y cenobita - tuvo el deseo de saber si habría algún
otro anacoreta que viviese por aquellos agrestes parajes. Se sintió inspirado
por Dios y desafiando las fieras que, según San Jerónimo, le salían al paso,
caminó sin parar hasta dar con la cueva de Pablo. Así vencería la tentación de
vanagloria al creer que no había en todo el desierto otro más antiguo y santo
que él.
Una escena entrañable tuvo lugar entonces. Se abrazaron con
ternura los dos ancianos, se saludaron por sus nombres, y pasaron muchas horas
en oración y en santas conversaciones. En esto vieron llegar al cuervo con un
pan entero en el pico. Admirado Pablo, dijo: Alabado sea Dios. Hace 60 años que
este cuervo me trae medio pan cada día, pero hoy Jesucristo, en tu honor, ha
doblado la ración. Demos gracias a Dios por su bondad.
Pablo anunció a
Antonio - sigue la leyenda dorada - que estaba muy próxima su muerte, y le pidió
que le trajese el manto de San Atanasio. Cuando Antonio volvía con el manto, vio
subir al cielo el alma de Pablo, llena de esplendor. Llegó a la cueva, lo
amortajó con el manto y, con la ayuda de dos leones que abrieron la sepultura,
lo enterró. Era el año 342. Antonio se quedó con la túnica de Pablo, que luego
vestía en las solemnidades.
San Jerónimo termina su relato comparando a
los que tienen fortunas fabulosas con la vida del más perfecto solitario de
todos los tiempos. Vosotros, les dice, lo tenéis todo, él no tenía nada. Pero el
cielo se le ha abierto a este pobre, a vosotros, en cambio, se os va a abrir el
infierno. Por mi parte, prefiero la túnica de Pablo a la púrpura de los
reyes.
Velásquez inmortalizó con su pincel la figura de Pablo el
Tebano.
Oremos
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