San Juan Ribera
SÁBADO 19 __ENERO 2.013
Tan mal estaban las cosas en su época que los
herejes y los infieles disfrutaban esperando la pronta disolución de la Iglesia.
Juan sintió fervor por los santos reformadores que el Espíritu Santo suscitó,
también en ese tiempo, para aliviar las penas de su pueblo.
Nace en
Sevilla cuando era la puerta de entrada y salida para el Nuevo Mundo y pertenece
a la mejor prosapia. Hijo de don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero,
conde de los Molares, duque de Alcalá, Virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su
madre, doña Teresa de los Pinelos, murió muy pronto. La familia, con sus títulos
nobles, es conocida en la ciudad por su generosidad y amor a los
pobres.
Estudia en la Universidad de Salamanca cuando el Claustro
salmanticense vive un periodo áureo entre las lecciones de Vitoria y los
teólogos que tienen mucho que ver con Trento, porque son tiempos en los que la
infidelidad y la herejía se combaten con las espadas y con la pluma. Allí
termina los estudios y tiene cátedra.
El Papa Pío IV lo nombra obispo de
Badajoz, cuando aún no ha cumplido treinta años; no hay que olvidar que es hijo
del Virrey de Nápoles y esas cosas tenían mucho peso por aquel entonces. Da
comienzo a su andadura como prelado enviando seis predicadores con San Juan de
Ávila para preparar las almas a la reforma que se postula desde
Trento.
Por su parte, no se queda quieto: predica con entusiasmo, se pone
como un confesor más en el confesionario, visita y atiende con los sacramentos a
los enfermos y, a veces, le toca dormir sobre sacos de sarmientos. Y hasta vende
la vajilla de plata para remediar a los pobres. Escribe normas para la reforma
de la vida de los obispos, primeras en España en su género. Para disgusto de los
pacenses, les dura poco este obispo como pastor.
Ahora es Valencia la que
disfrutará de su gobierno. Le ha precedido un santo que puso las metas muy
altas. Fue Santo Tomás de Villanueva, el fraile que dio un vuelco a Valencia que
por un siglo no ha disfrutado de la presencia de sus obispos. Allá va Juan como
Arzobispo, después de haber dejado en Badajoz, repartidos entre los pobres, sus
dineros, bienes y alhajas.
Madruga, reza, estudia, recibe a la gente sin
trabas ni excesos de respeto; es parco en la comida, rompe frecuentemente los
moldes usuales de la época, siendo suficiente en ocasiones los higos secos,
uvas, o frutas del tiempo. Va haciendo acopio de libros como intelectual sin
remedio.
La Misa le dura con frecuencia dos horas... y con lágrimas,
después de despedir al acólito para estar a gusto con el Señor después de la
consagración y entrar en diálogo íntimo, personal e intenso. Suenan las
disciplinas y guarda los cilicios en lugar recóndito que siempre descubre su
perspicaz asistente.
La meta marcada en su trabajo es poner en marcha la
reforma de Trento. Sufre el problema de la abundante morisca a la que no
consiguió convertir. Celebró siete sínodos. Las continuas visitas pastorales son
el quicio de su pastoral junto con la atención a su clero al que adoctrina,
anima, corrige o amonesta, siempre dándole ejemplo. Burjasot le ha visto en su
plaza explicando el catecismo a los niños.
En su propio palacio monta
una escuela para los hijos de los nobles porque afirma que es obispo de todos:
allí se forman bien los alumnos, se educan, pasan a la universidad, ayudan en
los pontificales; aquello se parece por la piedad y el buen modo a un seminario
y, de hecho, salen de la institución cardenales, arzobispos y altos
eclesiásticos.
Felipe III lo hace Virrey de Valencia y desde entonces las
cosas marchan mejor, sobre todo la recta administración de la
justicia.
Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario del Corpus Christi. Y
falleció en su amado colegio el 6 de Enero de 1611. En Valencia se festeja el
día 14 y en Badajoz el 19, ambos en Enero.
Con hombres tan íntegros y
apostólicos la Iglesia superó el obstáculo de herejes y de infieles. No hizo San
Juan sino lo que es propio de un obispo, pero hacerlo en aquel tiempo fue mucho
mérito.
Oremos
Señor, tú que colocaste a San Juan Ribera en el número
de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de
aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión,
perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar
de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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