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___16 ENERO 2.013 __
SERVO DI DIO BERARDO (GIUSEPPE) ATONNA FRANCESCANO / O -giuseppe-
Santos Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y
Otón. Mártires en Marruecos († 1220). Canonizados
por Sixto IV el 7 de agosto de 1481.
San Berardo, sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores,
óptimo predicador y conocedor de la lengua árabe, y otros cuatro compañeros
Pedro y Otón, sacerdotes, y Acursio y Adyuto, no clérigos, dieron la vida por Cristo en Marrakesch el 16 de enero de 1220.
“El
bienaventurado Francisco, movido por divina inspiración, escogió a seis de sus
mejores hijos y los envió a predicar la fe católica entre
infieles.
Se pusieron en
camino hacia España y llegaron al reino de Aragón, en donde enfermó gravemente
fray Vidal, y, no logrando reponerse en su salud,
dispuso que sus cinco compañeros prosiguieran la empresa. Se dirigieron a
Coimbra y desde allí a Sevilla, pero antes se despojaron del hábito
religioso.
Un día,
confortados espiritualmente, salieron por la ciudad de Sevilla con el propósito
de visitar la mezquita principal y de entrar en ella; pero los sarracenos se
lo impidieron, empleando la fuerza, a gritos, empellones y golpes. Apresados,
fueron conducidos al palacio de su soberano, ante quien estos varones de Dios
aseguraron ser mensajeros del Rey de reyes, Cristo Jesús. Tras una exposición de
las principales verdades de la fe católica y animando a sus oyentes a que se
bautizaran, el rey, enfurecido por tanta osadía, mandó que fueran decapitados
inmediatamente. Mas su Consejo, presente allí, sugirió al rey que suspendiera la
sentencia, dejándolos ir a Marruecos, en conformidad con los deseos manifestados
por ellos.
Llegados a
Marruecos, sin pérdida de tiempo predicaron el Evangelio, especialmente en el
zoco mayor de la ciudad. Se comunicó el hecho al Sultán, quien dispuso que
fueran encarcelados sin demora. Veinte días permanecieron en prisión, sin darles
alimento, ni bebidas, confortados sólo con la refección del espíritu. Acabada
esta reclusión, fueron llevados a la presencia del Sultán, e, interrogados,
siguieron firmes en sus decisiones anteriormente manifestadas de plena fidelidad
a la religión católica. Encolerizado el Sultán, mandó que fueran azotados, y
que, separados los unos de los otros en diversas cárceles, fueran sometidos a
intensas torturas.
Los esbirros,
una vez esposados los santos varones, atados los pies, y con sogas puestas al
cuello, los arrastraron con tanta violencia, que casi se les salían las entrañas
por las heridas abiertas en sus cuerpos. Sobre esas mismas heridas arrojaban
aceite y vinagre hirviendo, y esparcieron por el suelo los vidrios que contenían
esos líquidos para que se les clavaran al pasar por encima de ellos. Toda la
noche duró este tormento, bajo la custodia de unos treinta sarracenos, quienes
los flagelaron sin ninguna consideración.
A la mañana
siguiente, reclamados por el Sultán, fueron trasladados semidesnudos y
descalzos, mientras eran golpeados. Se repitió el interrogatorio, con idénticas
respuestas, por lo que el soberano cambió de táctica, haciendo traer hermosas
mujeres, a las que recluyó con ellos, mientras les increpaba: “Convertíos a
nuestra religión mahometana y, en premio, os daré por esposas a estas doncellas;
os colmaré de riquezas y seréis honrados por todo mi
reino”.
La contestación
fue unánime: “Quédate con tu dinero, con tus mujeres y con tus honras,
que nosotros renunciamos a todos esos bienes pasajeros del mundo por amor
a Cristo”. Otón le dice: “No tientes más a los siervos de Dios. ¿Crees que
con tus promesas vas a hacer flaquear nuestra voluntad? ¿No sabes que Dios
desde el cielo vela continuamente sobre nosotros? ¿Nosotros somos
soldados intrépidos de Jesús, dispuestos a caer en nuestro campo de batalla
antes que desertar de la Cruz de Cristo. !Nuestra sangre, derramada por una
causa tan santa y noble, hará germinar nuevos cristianos!”.
El rey, al
verse desairado, se encolerizó, empuñó la espada y uno a uno, de un tajo, les
abrió una brecha en la cabeza; luego, con su propia mano, les clavó en la
garganta tres cimitarras. Así murieron. Era el 16 de enero de
1220.
Cuando
San Francisco supo la noticia del martirio de sus hermanos, agradecido al
Señor exclamó: “Ahora sí puedo decir con verdad que tengo cinco hermanos
menores”.
Los restos de
estos hermanos mártires fueron trasladados a Coimbra y allí conquistaron para
la Orden a San Antonio de Padua. Reposan en un monumento y desde entonces
son objeto de la veneración de los fieles, quienes son beneficiados con
abundantes milagros.
Esta expedición
a Marruecos y su exitosa culminación fue el comienzo de la gloriosa
carrera misional de la Orden a lo largo de los siglos, iniciada en vida del
propio fundador y bajo su ardiente inspiración y
mandato.
Oremos
Ésos son los
que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios,
dándole culto día y noche en su santuario; y el que está sentado en el trono
extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no los
molestará el sol ni el calor alguno; porque el Cordero que está en medio del
trono los apacenterá y los guiará a los mantiales de las aguas de la vida. Y
Dios enjugará toda lágrina de sus ojos. Ap 7, 14-17
Dios
todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Berardo y compañeros la
valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza
a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por
tí, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras
vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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