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ENERO 23 2.013
SANT ILDEFONSO (IDELFONSO) DA TOLEDO VESCOVO / -idelfonso-
Arzobispo de Toledo Este santo ha sido
considerado como una de las mayores glorias de la Iglesia de España, la cual le
honra como Doctor de la Iglesia. El santo era sobrino de San Eugenio, Obispo de
Toledo a quien debía suceder en el cargo.
A pesar de la oposición paternal, San
Ildefonso tomó los hábitos religiosos desde temprana edad, en el convento de
Agalia, muy cerca de Toledo, del que fue más tarde Abad.
Fue ordenado diácono en el año 630, y
posteriormente, siendo todavía un monje, fundó un convento de religiosas en los
alrededores. Siendo Abad asistió al séptimo y octavo Concilio de Toledo, en 653
y 655, respectivamente.
Uno de los rasgo más característicos de la
obra literaria de San Ildefonso es el entusiasmo casi exagerado con que el santo
habla de la Santísima Virgen, y que se debe fundamentalmente al lenguaje mariano
que se impuso en Toledo por aquella época.
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Es unánimemente reconocido que el siglo VII fue para la Iglesia española un
período de esplendor sin rival en las naciones cristianas de su tiempo. Esta
prosperidad fue obra, sobre todo, de obispos tan extraordinarios como San
Leandro (+667) y San Isidoro (+636), en Sevilla; San Eugenio (+657), San
Ildefonso (+667) y San Julián (+690), en Toledo; San Braulio (+651) y Tajón
(+683), en Zaragoza.
Toledo, capital del Reino, era, antes de la conversión del pueblo visigodo,
el bastión del arrianismo. Durante el siglo VI, lógicamente, los focos de vida
espiritual y cultural estaban en la periferia peninsular.
Pero un hecho histórico, de enorme trascendencia, va a trasladar de la
periferia al centro el eje de la vida española. el 8 de mayo de 589, en el
concilio III de Toledo, se realiza la unidad católica de España. El heroico
Masona de Mérida, desterrado de su diócesis en tiempos de Leovigildo a causa de
su fe, preside la abjuración del arrianismo del Rey Recaredo, y de la reina y de
gran multitud de nobles, y escucha la declaración de la fe católica como la
religión oficial del Reino. Esta presidencia de Masona parece el símbolo del
florecimiento de Mérida en la segunda mitad del siglo VI. A Mérida sucede
Sevilla, de la mano de San Leandro, alma de la conversión del pueblo visogodo, y
de San Isidoro, el hombre de mayor influjo en la nación.
A la muerte de San Isidoro (+ 636) la preeminencia de Sevilla, pasa a Toledo.
San Eugenio, San Ildefonso y San Julián, tres metropolitanos de Toledo, son
hitos señeros del llamado renacimiento isidoriano. San Eugenio, teólogo,
escriturista, músico e inspirado poeta, eleva a altas cotas el prestigio de la
ciudad regia. Con San Ildefonso, la escuela toledana llega a su apogeo,
continuado y aumentado uno años más por San Julián, padre de la escatología, que
tan bien ha estudiado y difundido el padre Cándido Pozo.
A fines del año 657 San Ildefonso es consagrado obispo de Toledo. Como la
mayoría de los obispos de la época procedía de la escuela monástica, fue monje y
estimado abad del monasterio agaliense, en los alrededores de Toledo. Tomó parte
en los concilios VIII (653) y IX (655), colaborando en aquellas magnas asambleas
que regularon la vida religiosa y fijaron la liturgia, conocida más tarde con el
nombre de mozárabe y dictaron excelentes leyes sociales y políticas.5
El testimonio de su celo por las salvación de las almas encontró cauces de
expresión en la enseñanza teológica sobre asuntos de la mayor actualidad,
entonces y hoy, en la liturgia y en los símbolos de fe. De ahí el poderoso y
benéfico influjo de su ciencia y su piedad en el pueblo cristiano, cuya memoria
ha quedado testimoniada después de su muerte.
En el tratado teológico sobre el Bautismo estudia ampliamente el misterio
trinitario, que tanto contribuyeron a esclarecer los Concilios de Toledo, tan
cuidado en la liturgia mozárabe y en los símbolos de la fe, muy difundidos fuera
de España, por su calidad doctrinal. Ligado al dogma trinitario, desarrolla su
pensamiento cristológico –sobre María, siempre en íntima unión con Cristo-
expone una incipiente, pero completa mariología en su “de perpetua virginitate,
como ha mostrado el P. Llamas en su ponencia-, y su doctrina sobre la Iglesia.
(El tratado incluye una sugerente -cc. 36 a 95- exposición del credo).
Buen testimonio de ello son las resonancias trinitarias que aparecen en su
exégesis de textos veterotestamentarios en su tratado sobre la perpetua
virginidad de María, que la tradición anterior ya refería –como anuncio
profético- la Mujer Madre virginal del Unigénito del Padre por obra del Espíritu
Santo en la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4)- de la que habla siempre en clave
cristológica. He aquí un ejemplo: “En los Salmos se dice: Esta tierra dio su
fruto; esto es, engendró a nuestro Cristo, en el que nos bendijo nuestro Dios,
para que nos bendiga Dios y seamos bendecidos por Dios, repitiendo tres veces su
nombre. A la cual Trinidad, que es un solo Dios, teman todos los confines de la
tierra”.
Otra ocupación pastoral le movió a escribir La perpetua virginidad de María,
contra tres infieles. En este tratado empuña San Ildefonso la pluma contra los
que se oponen a ella. Es la obra cumbre del santo Arzobispo, muy leída en la
Edad Media cristiana, la más difundida, la que le ha procurado mayor estima y
aprecio dentro y fuera de nuestras fronteras, difundiendo por doquier la genuina
devoción mariana.
Su difusión fue tal que sólo es “comparable a la que siglos más tarde
obtendría la ^ Imitación de Cristo, del Venerable Tomás Kempis”. Después de los
libros sagrados y de las Etimologías, tal vez sea la obra de los Padres
españoles de la cual se hayan sacado mayor número de copias. De la estima de que
fue objeto en Francia son testigos personas tan célebres como Godescalco y Luis
IX. Como dice el docto benedictino P. Pérez de Urbel que, “fuera de los libros
litúrgicos, tal vez sea el De Virginitae el que más repetidas veces se encuentra
en documentos de donaciones y fundaciones medievales”.6
En sustancia, la obra ^ De perpetua virginitate es un tratado de teología
polémica, compuesto para honrar a la Madre de Dios y defender su integridad
virginal contra los que la negaban.
La obra fue calificada como libro de los sinónimos, porque toda ella está
empedrada con frases sinónimas, es decir, expresiones de significado y contenido
análogo, tendentes a conseguir una exposición de viveza ascendente.7
Menéndez y Pelayo, hablando de los libros de los sinónimos de San Isidoro –y
lo mismo podría decirse del ^ De perpetua virginitate- anota: “La obra de San
Isidoro no tienen acción ni se hizo para representarse, y, sin embargo, tiene
forma semidramática; por esta razón, algunos han creído ver en esta obra la
primera muestra del teatro cristiano”. Podría considerarse tal, pienso yo, como
precedente remoto, como se ha dicho respecto a la ópera de los oratorios para
jóvenes de San Felipe Neri.
En el monólogo constante, casi shakespeariano, de toda la obra –escribe su
biógrafo F. Rivera-, Ildefonso dialoga con sus opositores de forma viva y
dramática como si representase una escena. Fue redactada en la juvenil plenitud
de su autor y en el sosiego monacal de Agaliense, sin prisas ni agobios de
tiempo. Se opone en ella, en un tono polémico de gran dramatismo, a tres
adversarios de la integridad virginal de María. Son los herejes Elvidio y
Joviano de la segunda mitad de siglo IV y –en la mayor parte del libro- contra
un judío, que personificaba al adversario más actual.8
Es evidente la intención pastoral del autor. La doctrinas heréticas podían
ser peligrosas y nocivas dado el substratum arriano, que, como rescoldo no
apagado continuaba vivo en el alma del pueblo visigodo. El tercer personaje es
un judío anónimo al que refuta, a causa de la poderosa minoría judaica afincada
en Toledo, que se mofaba de las creencias cristianas.
Con frases acres y punzantes apostrofa a los contradictores de la virginidad
perpetua –que pueden resultar excesivas para nuestra sensibilidad actual, pero
no menos que las de aquellos con quienes polemiza- comenzando por los dos
herejes ya refutados dos siglos antes por San Jerónimo:
“Escucha tú, Joviniano (…) no quiero que rompas su virginidad por la salida
del que nace, no quiero que a la madre le prives de la plenitud de la gloria
virginal.
… Virgen antes de la salida del Hijo, Virgen en el nacimiento del Hijo,
virgen después del nacimiento del Hijo… (120 ss)
Escúchamé también tú Elvidio, Dios entró sin vestidura corporal y salió con
vestidura de carne. Vino a la casa de su obra; solamente tomó vestidura de
carne. Volvió el mismo que había llegado, pero salió de distinta manera de la
que había entrado. Al entrar no quitó el pudor de esta casa, sino que al salir
la enriqueció con su integridad…” (168 ss).9
Después se lanza contra el judío, al que increpa de la siguiente manera:
“¿Qué dices, judío? ¿Qué propones? ¿Qué inventas? ¿Qué opones? ¿Qué objetas?
He aquí que nuestra virgen es tuya por estirpe, tuya por raza, tuya por
descendencia, tuya por país, tuya por pueblo, tuya por generación, tuya por
origen. Pero por fe es nuestra, por creencias es nuestra, por honor es nuestra,
por glorificación es nuestra, por gloria es nuestra, por defensa es nuestra…”
(266 ss)
Para convencerle derrocha Ildefonso citas y más citas bíblicas, las cuales
ciertamente no tenían gran validez para el judío. Pero intenta probar la venida
del Mesías en el Seno virginal de María, con los libros del Antiguo Testamento,
citando sólo los aceptados por ellos en el canon judío palestinense. El Prof.
Luis Diez Merino estudia en su ponencia el peculiar tratamiento de la Escritura
en los textos marianos de San Ildefonso, con una exégesis fundada en la analogía
de la fe bíblica, no técnica, sino teológica y pastoral, siguiendo la tradición
patrística, cuyo eco es fácilmente perceptible. De este uso de la Escritura
puede recibir beneficiosa inspiración –así ha sido en mi caso- el estudio de la
base irrenunciablemente bíblica –leída “in Ecclesia”- de la Teología
Josefina.
Fuente: Joaquín Ferrer Arellano
(http://ensayoes.com/docs/194/index-36506.html.....A)
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San Ildefonso un
conocimiento profundo de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión,
ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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