domingo 16 Septiembre 2012
__ DIA 259 __ SEMANA 37 __
San
Cripriano
Obispo de
Cartago y mártir. Año 258. Había nacido en el año 200 en Cartago
(norte de Africa) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador
público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar
en público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un
impresionante ascendiente sobre los demás. Llegado a la mayoría
de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un
santo sacerdote llamado Cecilio.
Se hizo
bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y
de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las
gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se
acostumbraba en aquellos tiempos. Desde su conversión, descubrió
Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas
y se dedicó con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y
a leer los comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la
Sagrada Escritura.
Hizo el
sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban
antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no
sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan
bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor. Fue
ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo
y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo
obispo de la ciudad.
El se
resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era
inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo:
"Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del
pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más
importante de todos los obispos que tuvo Cartago. Un escritor de
ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: "Era
majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía
mirarle sin sentir veneración hacia él.
Tenía una
agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo
trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el
más grande respeto y el mayor amor". En el año 251 el
emperador Decio decreta una terrible persecución contra los cristianos. Le
interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los libros sagrados.
Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los que quieren
renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los dioses y ya
con eso quedan perdonados.
Muchísimos
caen en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida
misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de
la santa religión. El mal es inmenso. El año 252, llega la peste
de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por centanares y quedan
miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que
han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa
episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto
en la Iglesia Católica acerca de la limosna.
Todavía
hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de
dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al
escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a
las víctimas de la epidemia.
El año 257
el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los
cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de
culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se
atreviera a celebrar una ceremonia religiosa.
A Cipriano
le decretan pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue
celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte.
Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para
condenarlo al martirio.
Oremos
Señor, tú
que en los Santos Cornelio y Cipriano diste a tu pueblo pastores llenos de
celo y mártires victoriosos, concédenos, por su valiosa intercesión, ser
firmes e invencibles en la fe y trabajar con verdadero empeño por lograr la
unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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