Sábado 13 Octubre 2012
Beata Alejandrina
1904-1955.
Alejandrina Maria da Costa, miembro laico de la Unión Salesiana. Se tiró por una ventana a la edad de 14 años para preservar su virginidad. Quedó paralizada por la caída. Desde su cama llevó un maravilloso apostolado como alma víctima de oración, reparación y consejería espiritual para muchos que la visitaban.
Al este de Balazar se encuentra la Iglesia de Santa Eulalia y fue aquí donde el 2 de abril, de 1904 fue bautizada Alejandrina María da Costa, habiendo nacido el 30 de marzo del mismo año, miércoles de la Semana Santa. Hija de campesinos muy devotos y trabajadores. Su padre muere poco tiempo después de su nacimiento. Alejandrina creció con su hermana mayor, Deolinda, en un ambiente de rústica sencillez y piedad.
Junto a la Iglesia ocurrió un milagro: apareció una cruz sobre la tierra que no se podía borrar>>>. En los escritos de Alejandrina da Costa se hacen tres referencias a esta cruz, la última con fecha del 14 de enero de 1955. Estando en éxtasis, escuchó la voz de Nuestro Señor, diciendo:
Un siglo atrás mostré a esta amada aldea la cruz que viene a recibir a la víctima. ¡¡Oh Balazar si no respondes!! ... Cruz de tierra por la víctima que se entregó para nada... La víctima que es acogida por Dios y que siempre ha existido en Su designio eterno. Víctima del mundo, pero mas favorecida por bendiciones celestiales, quien ha dado TODO al cielo y por el amor a las almas, acepta TODO. Confía, cree, hija mía, YO estoy aquí!! Toda tu vida está escrita y sellada con una llave de oro..." -Alejandrina: Su Agonía y Su Gloria.
Durante sus primeros años de vida se fascinaba con las procesiones religiosas tan llenas de colorido que atravesaban la aldea en días de gran celebración. A los tres años de edad, cuando reposaba una tarde junto a su madre, vio un frasco de pomada en una mesa cercana.
Cuidadosamente, para no despertar a su madre, se levantó para agarrar el frasco y justamente en ese momento su madre la llama. Tal fue su sorpresa que el frasco cayó al suelo, rompiéndose en muchos pedazos. Perdiendo el balance, Alejandrina cayó al piso, lastimándose el borde de su boca en la cual llevó una cicatriz por el resto de su vida. La niña fue llevada al dispensario clínico mas cercano. Su madre, María Ana, ansiosamente limpiaba la sangre que botaba por su boca. Una gentil asistente se acercó para calmar a la niña con una bolsa de dulces, a lo que Alejandrina respondió con patadas, gritos y golpes. "Esta fue mi primera ofensa", escribió años mas tarde en su autobiografía, dictada a su hermana Deolinda, por orden de su director espiritual. Alejandrina fue una niña muy alegre, atractiva y llena de vida, pero sin comprometer jamás, con su jovialidad y espontaneidad, su precoz espiritualidad.
Una de sus experiencias mas formativas fue vívidamente descrita por ella años después:
Al morir nuestro tío, Deolinda y yo nos quedamos en la casa de su familia por siete días después de su muerte para asistir a las Misas de Difunto. Una mañana se me pidió que fuera a buscar una bolsa de arroz en la habitación donde se encontraba el cuerpo de mi tío. Cuando llegué a la puerta no tenía el coraje para entrar. Estaba aterrorizada, por lo que mi hermana tuvo que buscar el arroz. Esa misma noche me ordenaron que fuera y cerrara la ventana de ese cuarto. Mientras me acercaba a la puerta, sentí mis rodillas temblar y, nuevamente, no pude entrar. Así que me dije a mi misma: Tengo que luchar en contra de esto, tengo que sobrepasar este miedo, abrí la puerta y lentamente caminé por el cuarto donde yacía mi tío. Desde ese día, y con la ayuda de Dios, he sido capaz de manejar mis miedos.
Para el tiempo de hacer su Primera Comunión, a los siete años de edad, Alejandrina ya había adquirido un profundo amor a la Eucaristía, visitando el Santísimo Sacramento con inusual frecuencia y haciendo comuniones espirituales en las ocasiones en las cuales no le era posible asistir a Misa diaria. En una ocasión, una tía de Alejandrina que sufría de cáncer le pidió que se acordara de ella en sus oraciones. La niña respondió con tal perseverancia y fervor, que el hábito de la oración permaneció, desde entonces, en su joven alma...
Escribió ella mas tarde: "Siempre he tenido gran respeto por los sacerdotes. Algunas veces me sentaba sobre las escalinatas en la entrada del pueblo y veía a los sacerdotes caminar por la calle... Acostumbraba a levantarme con respeto cuando ellos pasaban frente a mi. Ellos se quitaban el sombrero y decían el tradicional "¡Que Dios te bendiga!". Me di cuenta que las personas me miraban por lo que algunas veces me sentaba en el mismo lugar, a propósito, para poder levantarme en el momento apropiado y mostrar mi reverencia por los sacerdotes".
Debido a las privaciones de la vida rural de aquellos días y después de solo 18 meses asistiendo a la escuela, Alejandrina, a los nueve años de edad, fue enviada a trabajar en el campo. Era un trabajo forzoso y estaba expuesta al mal comportamiento y el vocabulario penoso de quienes compartían sus labores. Al cabo de tres años, un empleado del lugar trató de atacarla y acosarla, lo que el Señor impidió dotándola de una fuerza inexplicable que provino mientras ella sostenía su rosario.
Después de este serio incidente, la niña fue llevada de regreso a su casa. Esto le dio la oportunidad de renovar su amor y devoción al Santísimo Sacramento. Mas adelante, ese mismo año, se enfermó peligrosamente con tifoidea; su madre le daba el crucifijo para que lo besara, Alejandrina inmediatamente movió su cabeza y murmuró: "quiero a Jesús en la Eucaristía".
Finalmente se recuperó y fue trasladada a un sanatorio de Povoa, en la acogedora costa Atlántica. Su salud permaneció precaria y al regresar a Balazar todavía se encontraba débil y virtualmente invalida. Alejandrina se dedicó a la costura en compañía de Deolinda.
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