El fruto del
Espíritu es:
1. Caridad o
amor:
Es evidente
el amor de Dios derramado por el Espíritu en el creyente, pero manifestado como
amor al prójimo.
Ve en todo hombre su hermano, más aún, llega a ver a Cristo en
su prójimo; se entrega a su servicio hasta la donación de su propia vida: vive,
en una palabra, todas las características del amor (1 Corintios 13) pero en
relación con el prójimo.
2. Alegría o
gozo:
Es el
gusto, deleite y fruición profunda y espiritual, que nace de la conciencia que
se tiene de la amistad con Dios.
Cuando este fruto se manifiesta la persona es
alegre y optimista".
"Parece
como si irradiara un resplandor interior que le hace ser notado en cualquier
reunión.
Cuando el está presente, parece como si el sol brillara un poco más de
luz, la gente sonríe con más facilidad, habla con mayor delicadeza". (p.
Leo J. Trese).
3. Paz:
Como el gozo, también este fruto se
basa en la conciencia que se tiene de la amistad de Dios.
Encierra la idea de
perfección y plenitud. Es
la persona serena, tranquila.
Se dice de él que tiene
una "personalidad
equilibrada".
En medio de las preocupaciones
conserva la calma profunda. Es un tipo ecuánime, en quien se confía fácilmente
y a quien se acude en las cosas de emergencia, difíciles y de conflicto.
La paz
no es otra cosa que la tranquilidad del orden y ese orden empieza poniendo a
Dios siempre en primer lugar.
4.
Paciencia:
Como fruto
del Espíritu, por la paciencia la persona acepta hasta el heroísmo los
sufrimientos y males.
No son para ella una carga Insoportable, sino que los
asimila de una manera positiva y los maneja de tal manera que no son
destructivos ni para ellas ni para los que lo rodean, sino que los usa como
instrumentos para la construcción del Reino de Dios.
Comprende muy bien aquella
expresión de San Pablo: "Para los que aman a Dios”,
todo contribuye para
su bien" (véase también Romanos 5, 3-5). El paciente no se queja, sino que
afronta las situaciones con realismo.
Si
manifiesta sus males, es para buscar soluciones o para animar a otros.
No llega
a la ira fácilmente, no guarda rencor por las ofensas ni se perturba o
descorazona cuando las cosas le van mal o la gente no le corresponde como
debiera.
Ante el fracaso, sabe levantarse y continuar adelante sin maldecir ni
echarle la culpa a la suerte o al destino. La paciencia está relacionada con el
Don de fortaleza.
5.
Benignidad:
Otras
palabras que definen muy bien este fruto son:
Amabilidad,
afabilidad,
gentileza,
benevolencia,
comprensión de los demás,
y de hecho, son utilizadas
por los traductores de las diferentes Biblias para indicar este fruto que viene
en la lista de San Pablo en su carta a los Gálatas.
Así la persona en la que se
produce este fruto del Espíritu es benigna, amable, afable, gentil y
comprensiva.
La gente acude a él con facilidad. Por estas condiciones atrae sin
dificultad alguna a los más débiles y necesitados, los niños, los ancianos, los
afligidos, los atribulados, que se confían fácilmente a él.
La dulzura lo
caracteriza, igualmente. A él se le podría aplicar la frase de San Francisco
de Sales: "Más moscas caen en una gota de miel que en un barril de vinagre".
6. Bondad:
Posee este fruto aquel de quien se
dice: i Qué bueno es! Qué bondad la suya!
Es profundamente bueno! Es aquel que
sabe ver lo bueno que hay en cada ser humano.
Sin ser ingenuo, se fija más en
lo positivo de las personas y de la vida que en lo negativo. Al actuar así,
como en los demás frutos, siente la 'consolación del Espíritu.
Defiende la
verdad, la justicia y el derecho, pero sabe comprender los errores y fallos de
los demás.
Conlleva la ignorancia y debilidades de los otros, pero jamás
compromete sus convicciones ni contemporiza con el mal.
Aunque es
bueno, no está inflado de su bondad y no juzga a ningún ser humano, no critica,
no condena.
No divide a los seres humanos en "buenos" y
"malos". No dice "tú y yo somos buenos" y "aquellos
son malos".
Ha comprendido muy bien, y lo vive, que en todo hombre, en
todo grupo o comunidad hay al mismo tiempo "trigo y cizaña", En su
vida refleja la bondad de Dios y se le parece en esto:
"Sed como vuestro
Padre Celestial que deja salir su sol sobre buenos y justos, y caer la lluvia
sobre malos y pecadores". (Mat.5, 45).
7.
Longanimidad:
El acto
virtuoso, acompañado de consolación del Espíritu, en el que nos sentimos
animados para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea,
cuya consecución se hará en mucho tiempo.
En la longanimidad se juntan la
magnificencia y la paciencia. La magnificencia, porque se quiere emprender
obras difíciles de realizar sin asustarse ante la magnitud del trabajo o de los
grandes gastos que sea necesario invertir, confiado en que es factible lo que
se propone, aunque tarde.
La paciencia, porque si el bien o la obra esperada
tarda mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, pero por
la longanimidad, se tiene fuerza para esperar y soportar el dolor, el
infortunio y el fracaso, hasta llegar a la meta propuesta.
Se alzará los ojos
al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión.
Sobre la
longanimidad citemos este hermoso párrafo del P. Touplau, en su obra "Las
Virtudes Cristianas":
"La
longanimidad es una virtud que consiste en saber aguardar. Saber aguardar a
Dios, al prójimo y a nosotros mismos. ¿En qué? En el bien que de ellos
esperamos.
Por consiguiente, la longanimidad consiste en evitar la impaciencia
que podría causarnos la demora o tardanza de este bien.
Saber sufrir esta
tardanza, he aquí, en realidad lo que es la longanimidad. Por eso la llaman
algunos: Larga esperanza.
Es la virtud
de Dios que sabe aguardamos a todos a nuestra hora; la virtud de los Santos,
siempre sufridos, siempre pacientes con todos. Grande y admirable virtud, que
el apóstol coloca entre los frutos del Espíritu Santo" (Gálatas 5,22).
8.
Mansedumbre:
Este fruto
consiste en una moderación y dominio de la ira que no hace daño, sino que, al
revés, va acompañado de la consolación del Espíritu.
A la mansedumbre se opone
la agresividad, la indignación violenta, el griterío airado, la blasfemia, la
injuria, la riña, la violencia, el rencor, el deseo de venganza y la venganza
misma.
El manso
dialoga y discute, defendiendo sus puntos de vista con persuasión, pero sin
llegar a la disputa y al acaloramiento. Mansedumbre no significa debilidad ni
blandura.
El manso sabe ser enérgico y fuerte cuando es necesario, pero sin
dejarse dominar de la ira. Tampoco significa la renuncia a los propios derechos
o a la lucha por la libertad, la justicia, la paz y la verdad.
Todo esto se
puede hacer viviendo el fruto de la mansedumbre. Cristo, a ejemplo de su Padre,
es modelo incomparable de mansedumbre. (Mat.11, 29).
Lo vemos en
el trato con sus apóstoles y las enseñanzas que les da, en su relación con las
multitudes y el pueblo; en la manera de tratar a los pecadores.
La
mansedumbre y la humildad van muy unidas. Por eso se dice que es la actitud de
los humildes que, como Jesús, se dejan guiar por el Espíritu del Padre.
9. Fe:
Cuando decimos fe, podemos entender
tres cosas:
1. La fe,
como la virtud derramada por el Espíritu en nuestro espíritu, por la que el
ser humano cree, aceptando la Buena Nueva, y entregándose a Cristo. Por esta
fe, proclamamos las verdades contenidas en el Credo.
2. La fe
carismática, aquella confianza en Dios, que es capaz de llegar a hacer
milagros y hasta mover montañas.
3. La fe que
equivale a fidelidad. Es esta fe la que es fruto del Espíritu. La persona en la
que ya se produce este fruto permanece fiel a su fe, no la abandona y la
defiende ante los ataques.
No pretende coaccionar a los demás y hacerles
tragar su religión, pero tampoco siente respetos humanos por sus convicciones.
No oculta la verdad de fe, aunque es respetuoso de la creencia de los demás.
Está firme e ella, aunque esté abierto a ver las cosas buenas que pueda ver en
otra religión, filosofía o modo de pensar.
Para él lo más importante de la
vida es su fe.
Al que tiene
la fe por la que se cree, se le llama "creyente"; al que tiene la
fe-confianza, se le llama "el que confía"; al que tiene la
fe-fidelidad se le llama "el hombre fiel".
Dios es
fiel. Sabemos que él no falla.
El hombre fiel es aquel que no falla en su fe,
tiene la fe-fidelidad.
Esta fidelidad no sólo se refiere a la relación con
Dios, sino también a su relación con los hermanos.
La
fe-fidelidad encierra una triple fidelidad: fidelidad a Dios, a la iglesia y al
hombre. La fe, pues, no sólo es creer, es también confiar y permanecer fiel.
Esto último es la manifestación más exquisita de la fe.
Es muchísimo mejor la
fidelidad que la fe carismática.
Y es por eso por lo que se le llama
"fruto" o manifestación exquisita del Espíritu.
Fruto: ni se
siente mal ni hace sentir mal a los demás.
10.
Modestia:
La modestia
nos lleva a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales, el
debido orden en el arreglo del cuerpo y del vestido.
La persona modesta tiene
en su comportamiento, en su vestido y en su hablar una decencia que le hacen
fortalecer la vida cristiana de los demás, no debilitarla.
Su amor a
Jesucristo, le hace estremecer ante la idea de actuar de cómplice del diablo,
de ser ocasión de pecado para otro.
De
ordinario, en el exterior del hombre se transparenta claramente su interior.
La Sagrada Escritura nos dice que "por su aspecto se descubre al hombre y
por su porte al prudente. El vestir, el reír y el andar denuncian lo que hay
en él". (Eclesiástico 19,26-27).
Van en
contra de la modestia la vanidad (por ejemplo, usar este vestido por llamar
la atención); la sensualidad (buscar los vestidos más suaves y delicados);
el descuido de la persona (olvidando la propia dignidad y el respeto que se
merecen los demás); la excesiva solicitud (no pensando más que en modas y en
presentarse bien elegante en público).
La modestia
nos lleva a un equilibrio en los gestos y movimientos del cuerpo, en el arreglo
y en el vestido del cuerpo.
No pecar por exceso o por defecto. Y al vivir todo
esto, si uno se siente bien y hace sentir bien a los demás, está viviendo la
modestia como fruto del Espíritu.
Una mujer
casada, por ejemplo, guarda el equilibrio propio de la modestia, cuando se
arregla bien y se adorna para agradar a su marido y por su propia dignidad de
mujer, pero no lo hace para provocar a otros.
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