domingo, 14 de octubre de 2012

_ AVE MARIA __

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¡Dios te salve, María!

Te saludamos con el Angel:

 Llena de gracia. 

 El Señor está contigo.  

Te saludamos con Isabel:

 ¡Bendita tú entre las mujeres 


bendito el fruto de tu 

vientre! 

¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!  

Te saludamos con las palabras del Evangelio:

 Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios 

la has cumplido.
 
¡Tú eres la llena de gracia!

Te alabamos, 

Hija predilecta del Padre.

 Te bendecimos, Madre del Verbo divino. 

Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo. 

Te invocamos; 

Madre y Modelo de toda la Iglesia.

 Te contemplamos, 

imagen realizada de las esperanzas de toda la 

humanidad. 


¡El Señor está contigo!

Tú eres la Virgen de la Anunciación,

 el Sí de la humanidad entera al misterio de la 

salvación.

 Tú eres la Hija de Sión 

y

el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la 

visitación. 

Tú eres la Madre de Jesús, 

nacido en Belén, 

la que lo mostraste a los sencillos pastores 


a los sabios de Oriente. 

Tú eres la Madre que ofrece 

a su Hijo en el templo,

 lo acompaña hasta Egipto,

 lo conduce a Nazaret.

 Virgen de los caminos de 

Jesús, de la vida oculta 


del milagro de Cana.

 Madre Dolorosa del Calvario 


Virgen gozosa de la Resurrección. 

Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la 

espera y en el gozo de Pentecostés.

 Bendita...

porque creíste en la Palabra del Señor,

 porque esperaste en sus promesas, 

porque fuiste perfecta en el amor. 

Bendita 

Por tu caridad premurosa con Isabel, 

por tu bondad materna en Belén, 

por tu fortaleza en la persecución,

 por tu perseverancia en la búsqueda de 

Jesús en el   templo, 

por tu vida sencilla en Nazaret, 

por tu intercesión en Cana, 

por tu presencia maternal junto a la cruz, 

por tu fidelidad en la espera de la resurrección, 

por tu oración asidua en Pentecostés. 

Bendita eres por la gloria de tu 

Asunción a los cielos,

 por tu maternal protección sobre la Iglesia, 

por tu constante intercesión por 

toda la humanidad. 

¡Santa María,

 Madre de Dios!

 Queremos consagrarnos a ti. 

Porque eres Madre de Dios 


Madre nuestra. 

Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti. 

Porque has querido ser Madre de la Iglesia. 

Nos consagramos a ti: 

Los obispos, 

que a imitación del Buen Pastor 

velan por el pueblo 

que les ha sido encomendado. 

Los sacerdotes, 

que han sido ungidos por el Espíritu. 

Los religiosos y religiosas, 

que ofrendan su vida 

por el Reino de Cristo. 


Los seminaristas, 

que han acogido la llamada del Señor. 

Los esposos cristianos en la unidad e 

indisolubilidad 

de su amor con sus familias. 

Los seglares comprometidos en el apostolado. 

Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.

 Los niños que merecen un mundo más pacífico 


humano. 

Los enfermos, los pobres, los encarcelados, 

los perseguidos,

 los huérfanos,

 los desesperados,

 los   moribundos. 

¡Ruega por nosotros pecadores! 

Madre de la Iglesia, 

bajo tu patrocinio nos acogemos

 y

 a tu inspiración nos encomendamos. 

Te pedimos por la Iglesia, 

para que sea fiel en la pureza de la fe, 

en la firmeza de la esperanza,

 en el fuego de la caridad, 

en la disponibilidad apostólica 


misionera, 

en el compromiso por

 promover la justicia 

y

 la paz entre los hijos de esta tierra bendita. 

Te suplicamos que toda la Iglesia 

se mantenga 

siempre en perfecta comunión de fe

 y 

de amor, 

unida a la Sede de Pedro con estrechos 

vínculos de 

obediencia y de caridad. 

Te encomendamos la fecundidad de 

la nueva  evangelización, 

la fidelidad en el amor de 

preferencia por los pobres

 y 

la formación cristiana de los jóvenes,

 el aumento de las vocaciones sacerdotales 


religiosas,

 la generosidad de los que se 

consagran a la misión, 

la unidad 

y

 la santidad de todas las familias. 

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

¡Virgen, Madre nuestra! 

Ruega por nosotros ahora. 

Concédenos el don inestimable de la paz, 

la superación de todos los odios

y

 rencores,

 la reconciliación de todos los hermanos.

 Que cese la violencia y la guerrilla.

 Que progrese 

y

 se consolide el diálogo 


se inaugure una convivencia pacífica.

 Que se abran nuevos caminos de justicia

 y 

de prosperidad.

 Te lo pedimos a ti, 

a quien invocamos como Reina de la Paz.

 ¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

Te encomendamos a todas las víctimas 

de la     injusticia 

 y 

de la violencia, 

a todos los que han muerto en las catástrofes 

naturales,

 a todos los que en la hora de la muerte

 acuden a ti 

como Madre. 

Sé para todos nosotros Puerta del cielo, 

vida, dulzura 

y

 esperanza, para que, juntos, 

podamos contigo 

glorificar al Padre,

 al Hijo 

 y 


al Espíritu Santo.


¡  Amén!


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