SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, presbítero y mártir.
Maximiliano María Kolbe nació cerca de Lodz (Polonia) el 8 de
enero de 1894. Ingresó en el seminario de los Hermanos Menores Conventuales en
1907, y el año 1918 fue ordenado sacerdote en Roma. Encendido en el amor a la
Madre de Dios fundó la asociación piadosa de la «Milicia de María Inmaculada»,
que propagó con entusiasmo. Misionero en el Japón, se esforzó por extender la
fe cristiana bajo el auspicio y patrocinio de la misma Virgen Inmaculada.
Vuelto a Polonia, habiendo sufrido grandes calamidades, en el mayor conflicto de
los pueblos, entregó su vida como holocausto de caridad por la libertad de un
desconocido condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941, en el campo de
concentración de Auchwitz.
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En septiembre de 1939 estalla la Segunda Guerra mundial.
Sangre, muerte, destrucción, crueldad, odio, bestialidad e infamia sin fin. Los
nazis, llenos de soberbia, invaden Polonia. En pocas semanas, el ejercito y
toda la nación polaca sufren la humillación de la derrota. Quedan completamente
subyugados. Pocos días después, llega
la Wermach, o ejercito de ocupación, que sin miramiento alguno comete todo tipo
de tropelía, saqueos y vandalismos en la ciudad mariana: destrozan imágenes,
encienden fogatas con ornamentos sagrados, retiran y se llevan una buena parte
de la maquinaria tipográfica. El P. Kolbe, el fundador, esta presente ante esos
destrozos sacrílegos. No se deja dominar por el odio ni grita venganza. Solo
reza, llora y consuela... Pese al clima de odio al enemigo, el perdona como
Cristo en la Cruz; el ama a todos: "¡Animo muchachos, la Inmaculada nos lo
dio. La Inmaculada nos lo quito. Ella bien sabe como están las
cosas!". El 19 de septiembre se
presento en Niepokalanow la Wermacht alemana con gritos: "Todos fuera!..
¡Todos en marcha!.. Todos los frailes fueron acorralados en el patio,
encolumnados y cargados en camiones rumbo al occidente. Pasaron de un campo de
concentración a otro: de Lamsdorf a Amtitz, de aquí a Ostrzeszow. Aun no se
había llegado a los horrores posteriores de los campos de concentración; sin
embargo, no faltaban los sufrimientos. Había de sobra dolor para poner a prueba
hasta a los mas fuertes: abusos, prepotencia, desprecio, violencia, repugnante
suciedad, hambre, frío, promiscuidad, piojos. Pese a todo, había algo de
libertad que permitía a los frailes tener vida común, instalar una imagen en la
repisa de un galpón, rezar y cantar juntos, hacer su retiro espiritual. El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada,
luego de tres meses de encierro, fueron inexplicablemente liberados. Era un
regalo de la Virgen. Pero triste espectáculo les brindo Niepokalanow al
regresar. Primeramente, los bombardeos y los saqueos habían destrozado la
mística ciudad. Ahora, todo se hallaba ocupado por los deportados y desbandados.
Sin embargo, no hubo desmayo, sino que en seguida se organizo la vida religiosa
con tandas continuadas de Adoración ante el Santísimo. De inmediato, la numerosa comunidad tuvo que
enfrentar no tanto los problemas culturales de las revistas y ediciones, cuanto
los mas prosaicos y graves de la subsistencia: comida, ropa, remedios, Para
resolverlos, como también para salir al encuentro de las necesidades del pueblo
de los alrededores, se abrieron talleres de herrería, carpintería, mecánica,
servicios automovilísticos, y también una lechería. Ocasionalmente tuvieron que
prestar servicios también a las autoridades de ocupación. Niepokalanow brindo
su asistencia a varios miles de pobres desheredados, entre los cuales había un
millar de judíos, marcados por los nazis con una estrella amarilla sobre el
pecho. El P. Maximiliano había
impartido a sus frailes estas pautas de conducta: la caridad ha de estar
abierta a todos sin discriminación; sus únicos limites han de ser los de las
posibilidades, que, gracias a su gran espíritu de sacrificio, llegaban a los
extremos de la misma generosidad. El P.
Kolbe se las arregló para enviar mensajes a los hermanos dispersos:
"Trabajemos en la acción misionera. Conquistemos para la Inmaculada otros
corazones. Recemos mucho por la venida del reino. Ofrezcámosle nuestros
sufrimientos. Nuestra consigna sea ésta: que la Inmaculada esté contenta de
nosotros. Vivamos de amor. Comuniquemos a los otros fuego de amor" La Navidad de 1939 es Navidad de guerra:
nuevos aprestos bélicos en el frente ruso, carecen los alimentos y la
calefacción, aumenta el miedo, las persecuciones y arrestos... ¿Quien se
acuerda de celebrar Navidad? -El P. Maximiliano. Organiza una fiestecita
infantil para los muchos niños alojados en Niepokalanow: teatrillo, cantos,
modestas golosinas, para devolver a los niños un poco de alegría y hacer
brillar de nostalgia los ojos de las madres.
El P. Kolbe esta en la lista negra de la Policía Secreta. ¿Por que? El
Padre Kolbe es el superior de Niepokalanow, cuyas actividades marianas tienen
tanta influencia en toda Polonia. Los nazis quieren destruir esa influencia y a
la vez quieren vengarse de que de esos talleres salía "El Pequeño
Diario" cuya predica patriota y católica tanto los había enfurecido. Peor
mas aun, el P. Kolbe por su sacerdocio, cultura y posición era dirigente
notable. En el programa de ocupación estaba previsto el exterminio de los
intelectuales y dirigentes. Además, en Niepokalanow se brindaba asilo a los
judíos. A los ojos antisemitas de los nazis, eso era un delito que merecía el
castigo de los campos de concentración.
El P. Maximiliano presentía que vendrían para apresarlo pero seguía
firme en compromisos. Estaba convencido de que su vida estaba en manos de Dios
y que la Inmaculada velaba por todos. Seguía trabajando por la difusión de sus
ideales marianos. Deseaba reeditar "El Caballero de la Inmaculada"
para llevar autentica esperanza y paz a ciento de miles de hogares en tiempo de
tanto dolor y confusión. Finalmente, en diciembre del 1940, luego de infinitas
gestiones con los ocupantes invasores, pudo editar el ultimo numero, en el cual
brillaba la belleza del amor mariano.
Un día de febrero del 1941 por la mañana dos autos negros de la Gestapo
se paran ante Niepokalanow. Los policías piden hablar con el P. Kolbe, quien al
saber su llegada contesta con temblor al hermano portero: "¡Bien, bien,
hijo mío!¡María!". Reúnen a todos los frailes en el patio, mientras tanto
ellos inspeccionan bruscamente todo el convento. Hacia mediodía, el Padre
Maximiliano y otros cinco padres son obligados a introducirse en los autos.
Parten para un viaje sin retorno. El P. Maximiliano inicia su vía crucis sereno
y tranquilo, como siempre. Dejó su querida Niepokalanow, su predilecta ciudad
mariana, para no volver mas. Para todo
polaco, el "Pawiak" es el nombre de la terrible cárcel de Varsovia,
que "hace helar la sangre". Ahí ingreso el 17 de febrero de 1941 el
P. Maximiliano Kolbe. El campo de
concentración de Auschwitz es llamado por los polacos: "campo de la
muerte", porque en sus campos, bloques y sótanos, han perecido miserable y
trágicamente, mas de cinco millones de personas. Levantado sobre los escombros
de unos cuarteles y granjas, esta situado en la Polonia meridional, en una zona
pantanosa, insalubre, para que no hubiese testigos indiscretos de esa fabrica
de muerte. Rodeado por altas alambradas electrizadas y de torres de control.
Allí toda crueldad e infamia, toda bestialidad y aberración, toda atrocidad y
todos los horrores se habían dado cita para transformarlo en un verdadero
infierno. Continuas muertes por enfermedades y por inanición, frío, fatigas
agotadoras, escorbuto, disentería, traumas e infecciones. El pelotón de
fusilamiento acribillaba a docenas a la vez contra un paredón forrado de caucho,
para atenuar el ruido del disparo. En la plaza de armas cinco personas subían a
la banqueta. El verdugo les colocaba el lazo al cuello. Con una patada a la
banqueta quedaban las víctimas suspendidas. Auschwitz se había hecho famoso por
la instalación de la primera cámara de gas. Lo que mas se temía no eran las
balas, ni las horcas, ni las cámaras de gas, sino los sótanos de la muerte, o
"Bunker", de la lenta agonía, del martirio enloquecedor del hambre y
de la sed. En Auschwitz murieron
millones de católicos y también, como es sabido, millones de judíos. El
objetivo mas profundo de Hitler en sus masacres es poco conocido. El hecho es
que el odiaba la revelación divina confiada a Israel y también a Jesucristo,
particularmente a la Iglesia Católica. Entra en Auschwitz el P. Maximiliano la tarde
del 28 de mayo de 1941 con un transporte de otros 320 presos. Sobre el portón
de entrada había un letrero en alemán: "El trabajo libera". Era una
mentira mas. En realidad, al entrar los prisioneros, se les decía que los
judíos tenían el derecho de vivir dos semanas y los sacerdotes católicos un
mes. Apenas llegan agotados, se pasa
lista. Cada preso ha de pasar debajo de una doble fila de sayones, los que
armados de látigos y bastones, se divierten sádicamente, golpeándolos o
haciéndoles zancadillas, que obligan los presos a saltos, manotazos,
morisquetas y terribles crispaciones. Todo esto provocaba en los verdugos
burlas y risotadas. Maximilano siempre
iba al final de la línea de la enfermería a pesar de la severa tuberculosis que
padecía. La mañana del 29 de mayo
despertó a los 320 con un deshumanizante programa. Desnudados, fueron sometidos
a una ducha colectiva de violentos chorros de agua fría. Después golpeados y
escarnecidos obscenamente por sus desnudeces, fueron revestidos de raídas
casacas, muchas de ellas aun manchadas de sangre. Cada casaca lleva un numero.
Desde ahora en adelante, cada preso no será mas que un numero. El del Padre
Maximiliano María Kolbe era el 16670.
Mas tarde, todo el grupo salió a la plaza de armas, para la asignación a
las brigadas de trabajo o bloques. El P. Kolbe en seguida fue ocupado como peón
en el acarreo de cantos rodados y arena para la construcción de un muro
alrededor del horno crematorio. El P. Kolbe consolaba a sus compañeros y decía
" todo lo que sufrimos, es por la Inmaculada". Un día, después de una tremenda paliza dada
por el cabo que estaba a cargo, y que lo había dejado mas muerto que vivo, el
P. Kolbe fue internado en el hospital, atacado de neumonía, con fiebre altísima
y con el rostro estriado de moretones. "Con su conducta ante el
sufrimiento, asombraba a médicos y enfermeros. Soportaba el dolor virilmente y
con completa resignación a la voluntad de Dios, solía repetir: "Por Jesús
soy capaz de padecer aun mas. La Inmaculada esta conmigo y me ayuda". El bloque 14 había salido para la cosecha de
unas parcelas de trigo. Aprovechando algún descuido de los guardias, un preso
se fugó. Por la tarde, al pasar lista, se descubrió el hecho. El terror congeló
los corazones de aquellos hombres. Todos sabían la terrible amenaza del jefe:
"Por cada evadido, 10 de sus compañeros de trabajo, escogidos al azar,
serian condenados a morir de hambre en el bunker o sótano de la muerte. A todos aterrorizaba el lento martirio del
cuerpo, la tortura del hambre, la agonía de la sed. Al día siguiente, los otros
bloques siguen sus faenas diarias. Los del bloque 14 han de quedar en posición
de atención en la explanada bajo el sol calcinante de verano, sin comer ni
beber. Tres horas pasan como la eternidad. El P. Maximiliano, el de los
pulmones agujereados por la tisis, el que acaba de salir del hospital, siempre
débil y enfermizo, resiste de pie, no desmaya ni cae. El solía repetir:
"En la Inmaculada todo lo puedo". A las 21 horas se distribuyo la
comida. Pero no para el bloque 14. Estos pobres observaron como sus raciones
eran tiradas de las ollas al desagüe. Al romper filas todos van a catres
sabiendo que al día siguiente diez de entre ellos serian escogidos para el
bunker de la muerte. Ya había ocurrido en dos ocasiones. Al día siguiente, a las 18 horas, Fritsch,
el comandante del campo, se planta de brazos cruzados ante sus víctimas. Un
silencio de tumba sobre la inmensa explanada, atestada de presos sucios y
macilentos. "El fugitivo no ha sido hallado... Diez de ustedes serán
condenados al bunker de la muerte... La próxima vez serán veinte". Con total desprecio a la vida humana, los
condenados son escogidos al azar. ¡Este!... ¡Aquel!... grita el comandante. El
ayudante Palitsch marca los números de los condenados en su agenda.
Aterrorizado, cada condenado sale de las filas, sabiendo que es el final. ¡Adiós, adiós , mi pobre esposa!.. ¡Adiós ,
mis hijitos, hijitos huérfanos! dice sollozando el sargento Francisco
Gajownieczek. Las palabras del sargento
sin duda tocan el corazón de muchos presos, pero en el corazón del padre Kolbe
hacen mas. Mientras los diez condenados responden al grito: "¡Quítense los
zapatos!", porque deben ir descalzos al lugar del suplicio; de improviso
ocurre lo que nadie podía imaginarse.
He aquí los testimonio de los que estaban presente: "Después de la selección de los diez
presos atestigua el Dr. Niceto F. Wlodarski, el P. Maximiliano salió de las
filas y quitándose la gorra, se puso en actitud de ¡firme! ante el comandante.
Este sorprendido, dirigiéndose al Padre, dijo: "Que quiere este cerdo
polaco?". "El P. Maximiliano, apuntando la mano hacia F.
Gajownieczek, ya seleccionado para la muerte, contesto: "Soy sacerdote
católico polaco; soy anciano; quiero tomar su lugar, porque el tiene esposa e
hijos...". "El comandante
maravillado, pareció no hallar fuerza de hablar. Después de un momento, con un
gesto de la mano, pronunciando la palabra ¡Raus! ¡Fuera!..., ordeno a
Gajowniczek que regresara a su fila. De este modo, el P. Maximiliano María
Kolbe tomo el lugar del condenado".
"Parece increíble que el comandante Frisch haya borrado de la lista
al sargento, y haya aceptado el ofrecimiento del P.Kolbe, y que mas bien no
haya condenado a los dos al bunker de la muerte. Con un monstruo como ese, todo
era posible" "Los diez
pasaron ante nuestras filas", declara Fray Ladislao Swies, palotino,
"y entonces observe que el Padre Kolbe seguía por ultimo, y sostenía a
tientas a otro de los condenados, mas débil que el, que no era capaz de caminar
con sus propias fuerzas". A la
Virgen dirige su oración: "Reina mía, Señora mía, has mantenido tu
palabra. ¡Es para esto que yo he nacido!". "El sacrificio del P. Kolbe, mientras
provocó la consternación entre las autoridades del campo, provocó la admiración
y el respeto de los presos", (Sobolewski). "En el campo casi no se
notaban manifestaciones de amor al prójimo. Un preso rehusaba a otro un
mendrugo de pan. En cambio, el había dado su vida por un desconocido" (Dr.
Stemler) El sol se estaba hundiendo en
el horizonte detrás de las tétricas alambradas. El cielo estaba tomando los
colores rojos de los mártires. "Fue una magnifica puesta del sol, una
puesta nunca vista", relatan los pocos supervivientes de esa tarde de
fines de julio de 1941. Entre el odio brilló
mas fuerte el amor que la Virgen nos concede. "No hay amor mas grande que dar la vida
por un amigo" (San Jn 15:13) . Los
diez condenados al hambre y la sed bajan al sótano de la muerte del que solo salen
cadáveres directamente al crematorio.
Bruno Borgowiec, un polaco encargado de retirar los cadáveres, dio su
testimonio: "Después de haber ordenado a los pobres presos que se
desnudaran completamente, los empujaron en una celda. En otras celdas vecinas
ya se hallaban otros veinte de anteriores procesos. Cerrando la puerta, los
guardias sarcásticamente decían: "Ahí se van a secar como cascaras".
Desde ese día los infelices no tuvieron ni alimentos ni bebidas" "Diariamente, los guardias
inspeccionaban y ordenaban retirar los cadáveres de las celdas. Durante estas
visitas estuve siempre presente, porque debía escribir los nombres-números de
los muertos, o traducir del polaco al alemán las conversaciones y los pedidos
de los presos. "Desde las celdas donde
estaban los infelices, se oían diariamente las oraciones recitadas en voz alta,
el rosario y los cantos religiosos, a los que se asociaban los presos de las
otras celdas. En los momentos de ausencia de los guardias yo bajaba al sótano
para conversas y consolar a los compañeros. Loas fervorosas oraciones y cantos
a la Virgen se difundían por todo el sótano. Me parecía estar en una iglesia.
Comenzaba el P. Maximiliano y todos los otros respondían. A veces estaban tan
sumergidos en las oraciones, que no se daban cuenta de la llegada de los
guardias para la acostumbrada visita. Sólo a los gritos de estos, las voces se
apagaban. "Al abrir las celdas,
los pobres infelices, llorando a lágrima viva, imploraban un trozo de pan y
agua, pero les era negado. Si alguno de entre los más fuertes se acercaba a la
puerta, en seguida recibía de los guardias patadas al vientre, tanto que
cayendo atrás sobre el cemento, moría en el acto o era fusilado. "Del martirio que han debido padecer
los pobres condenados a una muerte tan atroz, da testimonio el hecho de que los
cubos estaban siempre vacíos y secos. De lo cual hay que concluir que los
desgraciados, a causa de la sed, tomaban la propia orina". "El P. Maximiliano se comportaba
heroicamente. Nada pedía y de nada se quejaba. Daba animo a los demás.
Persuadía a los presos a esperar de que el fugitivo sería hallado y ellos
serían liberados. "Por su
debilidad recitaba las oraciones en voz baja. Durante toda visita, cuando ya
casi todos estaban echados sobre el pavimento, se veía al P. Maximiliano de pie
o de rodillas en el centro, mirando con ojos serenos a los llegados. Los
guardias conocían su sacrificio, sabían también que todos los que estaban con
el morían inocentemente. Por esto, manifestando respeto por el P. Kolbe, decían
entre si: "Este sacerdote es todo un caballero. ¡Hasta ahora no hemos
visto nada semejante!". Así
pasaron dos semanas, mientras tanto los presos morían uno tras otro. Al termino
de la tercera semana, solo quedaban cuatro, el P. Kolbe entre ellos. A las autoridades pareció que las cosas se
alargaban demasiado. La celda era necesaria para otras víctimas. "Por
esto, un día, el 14 de agosto, condujeron al director de la sala de enfermos,
el criminal Boch, el cual propino a cada uno una inyección endovenosa de ácido
fénico. El P. Kolbe, con la plegaria en los labios, el mismo ofreció el brazo
al verdugo. "Partidos los guardias
con el verdugo, volví a la celda donde encontré al P. Kolbe sentado", narra
Borgowiec, "recostado en la pared, con los ojos abiertos y concentrados en
un punto y la cabeza reclinada hacia la izquierda (era su posición habitual).
Su cuerpo limpio y luminoso. Su rostro lucia sereno y bello, radiante, mientras
los demás muertos estaban tendidos sobre el pavimento, sucios y con los signos
de la agonía en el rostro. "En el
campo por meses se recordó el heroico acto del sacerdote. Durante cada
ejecución se recordaba el nombre de Maximiliano Kolbe. "La impresión del hecho se me grabó
eternamente en la memoria". La
Inmaculada se lo llevó la víspera de su gran fiesta: La Asunción. Moría un
santo sacerdote en Auschwitz, mártir por Dios, de la Virgen y por un padre de
familia. El padre Kolbe venció al mal con el poder del amor. Murió tranquilo,
rezando hasta el último momento. Según el certificado de defunción del campo,
P. Maximiliano María Kolbe falleció a las 12:50 del 14 de agosto de 1941. Tenia
47 años." El día siguiente, 15 de
agosto, el cadáver del P. Kolbe fue llevado al horno crematorio. Cinco meses
antes en la misma mañana del arresto, el P. Maximiliano María Kolbe así
escribía en su agenda personal (02-17-1941):
"La Inmaculada, que había sido todo el poema de su vida, la luz de
su inteligencia y de su genio, el latido de su corazón, la llama de su
apostolado, el éxtasis de su plegaria, su inspiradora y guía, su fortaleza y su
sonrisa, la Reina de sus "ciudades" y la Dama de sus caballeros, en
breve la vida de su vida; Ella quiso, arrebatárselo en luz de gloria entre los
ángeles que festejaban su supremo triunfo". Cumplió su deseo máximo: "Concédeme
alabarte, Virgen Santa, concédeme alabarte con mi sacrificio. Concédeme por ti,
solo por ti, vivir, trabajar, sufrir, gastarme, morir..." San Maximiliano se encontró en medio de un
gran choque espiritual en la batalla que se libra en el mundo entre la
Inmaculada Virgen María y Satanás. El supo dar la talla y vencer con las armas
del amor. Como respuesta a la brutalidad del trato de los guardias de la
prisión, San. Maximiliano era siempre obediente, manso y lleno de perdón. Aconsejaba
a todos sus compañeros de prisión a confiar en la Inmaculada:
"¡Perdonen!", "Amen a sus enemigos y oren por los que os
persiguen". . Es una batalla que ahora, con su ejemplo e intercesión
debemos nosotros luchar. El 17 de
Octubre de 1971, luego de dos milagros obtenidos gracias a su intercesión, el
Padre Maximiliano Kolbe fue beatificado por el Papa Paulo VI. En su mensaje el
Papa proclamó: "Maximiliano Kolbe ha sido un apóstol del culto a la
Virgen, contemplada en su primer, originario y privilegiado esplendor, el de su
propia definición en Lourdes: "LA INMACULADA CONCEPCION. Resulta imposible
separar el nombre, la actividad, la misión del Beato Kolbe, del nombre de María
Inmaculada....Ningún titubeo estorbe nuestra admiración, nuestra adhesión a esa
consigna que el Beato nos deja en herencia" Un compatriota suyo, el Papa Juan Pablo II
lo canonizó en 1982: Mártir de la caridad. El mismo Papa sufrió mucho en la
misma guerra y Dios lo libró de la muerte para que pueda ser testigo de la
victoria de la Inmaculada en San Maximiliano Kolbe.
TESTIGOS DE AMOR
Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.
Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.
Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.
Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.
Oh Dios, que a san Maximiliano María, apóstol de la Inmaculada
y ejemplo de caridad hacia el prójimo, le infundiste un deseo ardiente de la
salvación de los hombres, concédenos, por su intercesión, poder trabajar
generosamente por tu gloria y por la salvación de los hombres hasta dar nuestra
propia vida, como lo hizo tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
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