Fundador de los Camaldulenses. Año
1027.
La muerte de un pariente suyo
a manos de su propio padre durante un duelo, hizo que el joven escapase
horrorizado, y se internase en un monasterio cercano, donde permaneció por tres
años en la más absoluta austeridad y fervor. El anuncio del Evangelio fue
uno de sus más grande sueños, y contando con el permiso del Papa, decidió partir
a Hungría para iniciar su misión evangelizadora. Una terrible enfermedad impide
su viaje, San Romualdo, se da cuenta que el Padre Celestial no lo quería para
esa misión. Por treinta años, el santo fundó numerosas ermitas y monasterio
por toda Italia. El monasterio más famosos es el de Camáldoli, fundado alrededor
del año 1012, y donde impuso reglas aún más severas que la de San Benito, dando
inicio a una nueva congregación llamada Camaldulense, en la cual unió la vida
cenobítica con la eremítica. Luego de permanecer algunos años en Camáldole,
retornó a sus viajes apostólicos. Pero la muerte lo sorprendió mientras estaba
visitando la región de Val-di-Castro, falleciendo el 19 de junio de
1027.
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Romualdo significa: glorioso
en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald:
gobernar).
En un siglo en el que la
relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable
que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la
soledad y a la penitencia, San Romualdo.
San Romualdo nació en Ravena
(Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa
ciudad.
Educado según las costumbres
mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose
arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin
embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios
remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y
propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los
montes, exclamaba:"Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas
soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los
esclavizan".
Su padre era un hombre de
mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se
llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario.
Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una
montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres años
rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería recibirlo de
monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el Duque de
Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido como
un monje benedictino.
Y le sucedió entonces al joven
monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los
demás religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal
comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a
corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo
alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo
se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar,
meditar y hacer penitencia.
En la soledad se encontró con
un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos
fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su
vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos
notables conversiones: la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia
(que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de
oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua
vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de
Ravena después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al
mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su
muerte.
Durante 30 años San Romualdo
fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores
pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo
y apartado del mundo y de sus maldades.
El por su cuenta se esforzaba
por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante,
como penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores.
Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y
virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba
muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y
noche.
Y entonces, cuando mayor paz
podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La
imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo,
invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los placeres
mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras tentaciones de
desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio y penitencia,
era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con imágenes feas
y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no se dedicara
más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba sus oraciones,
sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en medio de los más
horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús
misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó rápidamente
y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.
Volvió otra vez al monasterio
de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino
un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros
monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos
toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le
declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en
penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí.
Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y
conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal
convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de
superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían conseguir el
grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo
y se fue a fundar en otro sitio.
Dios le tenía reservado un
lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado
Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y apartada,
llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó
"Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de
Málduli.
En una visión vio una escalera
por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces
cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito
blanco.
San Romualdo hizo numerosos
milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del
que los había conseguido del cielo.
Un día un rico al ver que al
hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso
caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un
asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.
En el monasterio de la
Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la
exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios
Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y
dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios
donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.
San Romualdo deseaba mucho
derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en
Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada
vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de
Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo
allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a
otros a la santidad.
Veinte años antes el santo
había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era
arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e
invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el consuelo
más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que llegaba se construía
una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la entrada allí de toda
persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La última noche de su
existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil.
Después de un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que
volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero
presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron
escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar
atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento,
convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la
luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma
había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino
Celestial.
Todos estos datos los hemos
tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro
santo de ese tiempo.
Al recordar los hechos heroicos de este gran
penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras que decía San
Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad, nosotros somos unos
pollos mojados y unos burros muertos".
Oremos
Dios y Señor nuestro, que con tu amor hacia los hombres quisiste que San
Romualdo anunciara a los pueblos la riqueza insondable que es Cristo,
concédenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo
y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase
de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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