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Santos
Marcos y Marcelino
Un rayo que cayó en el castillo fue la causa
del terrible fuego que amenazaba a todas luces alcanzar el polvorín o almacenes
de pólvora de la ciudad y cuya explosión hubiera sido una catástrofe tanto en
pérdida de vidas humanas como de viviendas y bienes.
El apresurado rezo a los santos del día en
aquel apuro hizo que milagrosamente se detuvieran las llamas en la misma zona
inmediatamente próxima al almacén de munición. Las personas que se supieron
protegidas por la intercesión de los santos mártires Marcelino y Marcos pidieron
a las autoridades eclesiásticas sea oficialmente reconocida la protección de los
santos que les libraron al final de aquella terrible tormenta.
Un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos
faculta al Deán y Cabildo para elegirlos patronos menos principales de la ciudad
de Badajoz. Una vez ejecutado, es aprobado por el Obispo Juan Marín Rodezno, el
13 de junio de 1699. Su celebración es sólo para la ciudad
Oremos
Señor todopoderoso y eterno, que nos has dado
como ejemplo para imitar la vida de los santos Marcos y Marcelino, concédenos
también que su valiosa intercesión venga siempre en nuestra ayuda. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Santo(s) del día
San Marcos Marcelino
San Gregorio Barbarigo
San Ciriaco Paula
San Leoncio Trípoli
San Eterio Nicomedia
Santa Marina Alejandría
San Calógero
San Amando La Rochela
Santa Isabel Esconaugia
Santa Marina Bitinia
San Auberto
Beata Ozana
San Germán Paulino
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Que
el beato Juan XXIII reparase en su grandeza humana, intelectual y espiritual lo
dice todo. Su vasta cultura científica y literaria, así como el conocimiento de
la realidad histórica y eclesial de su tiempo, le permitió abordar con rigor
áreas diversas. Ser políglota le facilitó holgado acceso a muchas personas.Pero,
por encima de estas y otras muchas cualidades que poseía, el «papa
bueno» subrayó lo esencial: «cultivó ante todo un espíritu
exquisito de santidad auténtica, purísima, que le permitió conservar la
inocencia bautismal y crecer año tras año en el ejercicio de las virtudes
sacerdotales más altas y edificantes […] una fe que lo puso en guardia contra
las sutilezas del quietismo y del galicanismo, una confianza en Dios que le
hacía familiar la elevación continuada de su espíritu hacia Jesús, mediante
jaculatorias continuas como dardos de amor, una fortaleza impertérrita en
circunstancias angustiosas que le hicieron decir con el puño cerrado sobre el
pecho: ‘color de púrpura, color de sangre; y que esto os diga que por la
justicia y por el buen derecho de Dios yo estoy dispuesto a sacrificar mi vida’.
Una caridad inflamada de padre y de pastor desarrollada en las formas más
abundantes y variadas de la entrega de un gran corazón de hombre insigne y de
sacerdote venerable».Nació
en Venecia el 16 de septiembre de 1625 en el seno de una familia aristocrática
de origen dálmata. Fue el primogénito de cuatro hermanos. Su padre Gianfrancesco
era senador de la República. Cuando tenía 6 años perdió a su madre, y aquél se
ocupó personalmente de que recibiera una esmerada educación espiritual e
intelectual. Hizo de Gregorio un hombre competente, sincero, responsable y fiel.
Sembró en su corazón la semilla de la fe incluyendo en su catecismo cotidiano la
oración y la comunión, prácticas que fueron impregnando su vida.Muy
joven ingresó en la carrera diplomática. Fue secretario del embajador de Venecia
y junto a él intervino en 1648 en el Tratado de Wetsfalia integrando el equipo
de los que pusieron fin a la guerra de los Treinta Años. Su amigo Fabio Chigi,
luego pontífice Alejandro VII, le impulsó al sacerdocio. Compartían la oración y
también intercambiaban sus impresiones; estudios y afanes elevados eran tema
común. Gregorio huía de la farándula. Tenía la oportunidad de ir a teatros, a
festivales…, pero elegía la lectura de profundas obras como la del jesuita P.
Hayneufe. Chigi le obsequió con un ejemplar de la Introducción a la vida devota
de san Francisco de Sales recordándole que en él ambos hallarían la fuente que
estimularía su voluntad incendiando su corazón.Culminados
sus estudios en Padua, como habían convenido, fue ordenado sacerdote. Dos meses
más tarde, el recién aclamado pontífice lo llamó. Puso en sus manos altas
misiones, entre otras, ser prelado de la Casa Pontificia. En el transcurso de la
epidemia de peste bubónica, que causó la muerte a su madre, estuvo al frente del
campo de operaciones establecido en el Trastévere por indicación de Alejandro
VII. Sin poder evitar el temor que inicialmente le produjo hallarse entre los
leprosos, extrajo de la oración su fortaleza y ejerció una labor admirable. Se
desvivió atendiendo a los damnificados y consoló a los que perdían a sus seres
queridos, ocupándose incluso de sepultar a los muertos.En
1657 fue designado obispo de Bergamo. Aceptó después de haber oficiado la Santa
Misa para dilucidar la voluntad divina al respecto. Al llegar a su nueva sede
puso un signo que denotaba su impronta apostólica y honestidad evangélica.
Determinó que el dinero destinado a costear su acogida fuese donado íntegramente
a los pobres. Él mismo se desprendió de sus bienes y los repartió entre ellos.
Sencillo y extraordinariamente cercano compartía con los feligreses su fe y
viandas en sus domicilios fueran selectos o humildes. Carlos Borromeo, por su
celo reformador, y Francisco de Sales por su dulzura fueron modelos que tuvo en
cuenta. «Trabajar bien y sufrir el mal es el pan de cada día de todos los
siervos de Dios, pero sobre todo de los obispos», decía.Nuevamente
Alejandro VII lo reclamó y tuvo que volver a Roma. A toda costa hubiera querido
desembarazarse de la misión que le mantuvo allí un año y regresar a su diócesis.
Pero en 1664 el papa lo trasladó a Padua para ser su obispo. Los feligreses de
Bergamo se despidieron con aflicción de quien ya glosaban su santidad. También
él partía con un sentimiento de dolor por los «escándalos» y debilidades que
algunas veces constató, sin saber siempre cómo afrontarlos debidamente.Aludiendo
a los que estaban presos de estas flaquezas, decía: «Estos hermanos son mis
angustias, mis males, estas mis lágrimas». En Padua siguió impulsando la
formación de los niños y de los jóvenes, recorrió uno por uno todos los recodos
de la diócesis, creó imprentas a través de las cuales proporcionaba a la gente
lecturas formativas; fue un apóstol incansable del Evangelio. Allí completó la
reforma del clero y de los fieles emprendida en Bergamo.Bajo
su égida pastoral los seminaristas y sacerdotes recibieron una preparación
excepcional. No escatimó esfuerzos para que tuviesen los mejores medios
materiales, con un nuevo seminario, y humanos recurriendo a expertos profesores
de otros lugares. Confió a su amigo el gran duque Cósimo III: «El seminario es
la única diversión que encuentro entre las espinas del gobierno episcopal».Fue
artífice de instituciones benéficas, escuelas, y centros para el estudio de
idiomas. En 1667 el papa lo nombró cardenal. Dos veces pudo haber sido elegido
pontífice, y en ambas se negó. Fue un gran promotor de la fe, de la unidad de
las iglesias, y fundador de la Congregación de los Oblatos de los Santos
Prodóscimo y Antonio, en Padua.Siempre
dijo: «Un obispo no debe saber lo que es el descanso»; dio
fehacientes pruebas de ello. Murió el 17 de junio del año 1697 en Padua.
Clemente XIV lo beatificó el 6 de junio de 1771. Juan XXIII lo canonizó el 26 de
mayo de 1960.
Oremos
Señor, tú que colocaste a San Gregorio Barbarigo en el número de los santos
pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que
vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos
firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su
gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.
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Con san Paulino, san Justo y
san Sicio, forma una de las célebres escuadras martiriales de la implantación
del cristianismo en España, desde Gerona a Málaga.
Junto con san Narciso son
veneradas en la catedral de Gerona las reliquias de su seguidor en vida y
muerte, san Germán, nuestro santo de hoy, trasladadas a esta sede episcopal en
el año 778 en tiempos de Carlomagno desde la iglesia de Santa María Extramuros.
Las comarcas del Pera y el
Ampurdán recuerdan especialmente a san Paulino como escultor que prefirió el
martirio a erigir de su mano estatuas de dioses y diosas, destinadas a la
adoración pagana.
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