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--FEBRERO 17 2.013
Nació en Padua, Italia, en el seno de la adinerada familia Belludi, a finales
del siglo XII o al inicio del XIII. Fue un hombre profundo y sencillo, excelente
predicador que poseía una vasta cultura. En 1220 fue cuando se produjo su
decisivo encuentro con san Francisco. La presencia en la ciudad
del Poverello tenía carácter apostólico. Era una escala que se produjo
tras su paso por Oriente y aprovechó su estancia en Padua para fundar un
convento cerca de Venecia, que se erigió al lado de la iglesia de Santa María de
Arcella. Fue un lugar emblemático, lleno de historia. En el hospicio para los
frailes que lo atendían, el santo de Asís, al igual que hizo con una integrante
de las Damas Pobres de santa Clara, la beata Elena Enselmini, impuso a Lucas el
hábito que le convertía en miembro de la orden de los Frailes Menores. Todo
parece indicar que su amor por el sacerdocio se lo debió a Francisco que apreció
en él las virtudes y disposición requeridas para ello.
Lucas convivió durante siete años, que se caracterizaron por una intensa
labor apostólica, oración y penitencia, junto a esa primera comunidad que habitó
el convento. Allí escribió los Sermones, que eran fruto de su reflexión
y profundas vivencias. La divina providencia quiso que en esa época se
encontrara con Antonio. Éste había regresado a Italia en 1227 después de haber
predicado en el sur de Francia. Pentecostés de ese año había tenido un peso
significativo en la vida de este gran santo capuchino, ya que fue designado
Ministro provincial del norte de Italia. Lucas estuvo presente en ese capítulo
general realizado en La Porciúncula, y ya no se separaría de él. De modo que,
ambos, Antonio y él, llevaron el mismo camino, convirtiéndose en el brazo
derecho de aquél. Le acompañó a todas partes, y fue testigo de su predicación
ante el pontífice Gregorio IX en la cuaresma de 1227. Tres años más tarde,
siempre unidos en el mismo espíritu, llegaron a la ciudad de Asís en la que se
celebró nuevo capítulo general. Fueron instantes plagados de emociones y
vivencias espirituales compartidos con numerosos frailes que se hallaban
presentes en el traslado del cuerpo de san Francisco. Sus restos se encontraban
en la iglesia de san Jorge y descansarían a partir de entonces en la basílica
construida en la colina del Paraíso.
La salud de Antonio andaba entonces bastante maltrecha. Su fama de santidad
le precedía y las noticias sobre los hechos prodigiosos que se obraban en su
presencia habían traspasado fronteras. Nobles y plebeyos se lo disputaban. Al
regreso de Asís, el conde Tiso lo acogió en Camposampiero. Lucas, que siempre
estaba al lado de Antonio, previniendo su fin dispuso su traslado a Padua. Y fue
en Arcella donde le acompañó y le asistió permaneciendo junto a él hasta que
exhaló su último aliento el 13 de junio de 1231. El estrecho lazo que vinculó a
ambos propiciaría su denominación de «Lucas de san Antonio». Después de la
muerte de éste, Lucas fue elegido Ministro provincial en distintas ocasiones. En
esa época, el temido Ezzelino II, que ejercía un poder autoritario en la región
y oprimía a la Iglesia, tuvo noticias de su valentía porque no dudó en
enfrentarse a su lugarteniente Ansedisio denunciando los constantes abusos,
crueldades y tropelías del gobernante. El resultado fue el destierro y el
embargo de las posesiones de su familia. Lucas prosiguió trabajando, redactando
los Sermones de Antonio que publicó. Además, escribió sus
propios Sermones Dominicales junto a diversas obras que en su mayoría
aún permanecen inéditas. Testigo privilegiado de las virtudes del santo de
Padua, fue promotor de su causa (Antonio fue canonizado a los once meses de su
fallecimiento por Gregorio IX) y estuvo también al frente de la construcción de
su basílica en esta ciudad. Entonces era provincial y en el transcurso de su
misión fue artífice de nuevos conventos. Este hombre humilde y caritativo murió
en el hospicio de la Arcella (Padua) el 17 de febrero de 1286. Se dio la
circunstancia de que su cuerpo fue enterrado en el mismo sepulcro que
inicialmente había acogido el de Antonio, sepultura que se halla en la basílica
erigida en su honor. En 1971 sus restos se trasladaron a otra tumba ubicada en
el mismo templo. Su culto fue aprobado el 18 de mayo de 1927 por Pío XI.
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