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Santa
Catalina de Ricci
Santa
Catalina de Ricci, virgen
En Prato, de la Toscana,
santa Catalina de' Ricci, virgen de la
Tercera Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la
restauración de la religión. Logró, de alguna manera, experimentar en ella los
misterios de la pasión de Jesucristo, gracias a su asidua meditación.
Esta santa nació en 1522, de una bien conocida familia florentina. Y fue
bautizada con el nombre de Alejandrina. A los trece años tomó el nombre de
Catalina, al recibir el hábito en el convento dominico de San Vicente en Prato, del cual su tío,
el P. Timoteo dei Ricci, era director.
Aquí sufrió durante dos años intensos dolores debidos a una complicación de
enfermedades que sólo parecían agravarse con los remedios; pero santificó sus
sufrimientos con su ejemplar paciencia, la cual sacaba en gran parte de su
constante meditación sobre la Pasión de Cristo. Cuando era todavía muy joven
fue elegida maestra de novicias, después superiora, y a los treinta años fue
nombrada priora a perpetuidad. La fama de su santidad y sabiduría le llevaba
visitas de muchos seglares y personas del clero, incluyendo a tres cardenales,
que después llegaron a papas. Algo semejante a lo que se cuenta de san Agustín
y san Juan de Egipto, sucedió con san Felipe Neri y santa Catalina de Ricci: se habían escrito varias cartas, y aunque nunca se
conocieron personalmente, ella se le apareció y habló con él en Roma, sin nunca
haber salido de su convento en Prato. Esto lo declaró expresamente san
Felipe Neri, quien era
sumamente cauteloso en dar crédito a visiones, y fue confirmado por el
juramento de cinco testigos.
Catalina es conocida quizá más que otros místicos que han tenido privilegios
semejantes, por la serie extraordinaria de éxtasis en los cuales contemplaba y
vivía los pasos consecutivos que precedieron a la crucifixión de nuestro
Salvador. Parece que estos éxtasis siempre seguían el mismo curso. Comenzaron
cuando tenía veinte años, en febrero de 1542, y se renovaron cada semana, por
doce años consecutivos. Naturalmente dieron mucho que hablar y una multitud de
gente devota o curiosa quería visitar el convento. Esto ponía obstáculo al
recogimiento de la comunidad, y estos inconvenientes se acentuaron más cuando
en 1552 fue elegida priora. A petición suya, todas las monjas comenzaron a
rezar fervorosamente para que cesaran estas manifestaciones, y, en 1554,
llegaron a su fin. Mientras duraron, presentaron algunas características
diferentes a las que suelen tener tales casos. Catalina perdía el conocimiento
regularmente a medio día, todos los jueves, y volvía en sí veintiocho horas
después, a las cuatro de la tarde del viernes. Sin embargo, ocurría una
interrupción en este estado de arrobamiento. Se le llevaba regularmente la
Sagrada Comunión en la mañana y volvía a estar lo suficientemente consciente
del mundo exterior para recibirla con intensa devoción, pero casi
inmediatamente después quedaba de nuevo en éxtasis, y reanudaba su
contemplación de los pasos de la Pasión en el punto preciso donde las había
dejado. Catalina tenía otro tipo de éxtasis durante los cuales, por lo general,
permanecía enteramente pasiva, con los ojos fijos en el cielo. Pero en el
éxtasis semanal de la Pasión su cuerpo se movía en conformidad con los ademanes
y movimientos de Nuestro Señor, según los presenciaba en su contemplación. Por
ejemplo, cuando lo prendían en el huerto, extendía las manos como para que se
las ataran; se quedaba de pie majestuosamente, cuando lo ataron a la columna
para azotarlo; inclinaba la cabeza, como para recibir la corona de espinas, y
así sucesivamente. Un detalle aún más desacostumbrado en tales experiencias,
era que con frecuencia se aprovechaba de la ocasión de los sufrimientos
particulares de Jesucristo para exhortar a las hermanas que la rodeaban, en
medio de sus éxtasis, y esto lo hacía, dice una de sus biógrafas, «con un
conocimiento, una elevación de pensamiento y una elocuencia inesparados en una mujer, y
especialmente en una mujer que no era ni ilustrada, ni literata». También se
aseguraba corrientemente que Catalina era favorecida con los estigmas, las
llagas de las manos, pies y costado, así como también la corona de espinas. En
el proceso de beatificación se presentaron testimonios al respecto. Cosa
curiosa, los que afirmaron haber visto los estigmas, parecen haber tenido
diferente impresión en cada caso. Algunos miraban las manos completamente
traspasadas y sangrantes, otros veían las señales de las llagas con luz tan
brillante, que los deslumbraba, y todavía otros percibían sólo «llagas
cicatrizadas, rojas e hinchadas, con una mancha negra en el centro, alrededor
de la cual parecía circular la sangre». Esta diversidad tan notable en las
relaciones de los testigos es aún más notable cuando describen el fenómeno
místico, por el cual es especialmente famosa santa Catalina; a saber, el
fenómeno del anillo. Se dice que Cristo le dio un anillo como prenda de sus
esponsales espirituales con ella. El día de la Pascua de Resurrección de 1542,
Nuestro Salvador se le apareció radiante de luz y después de quitarse de su
dedo un fulgurante anillo, lo colocó en el índice de su mano izquierda,
diciendo, «Hija mía, recibe este anillo como señal y prueba de que ahora y
siempre me pertenecerás».
En la «Positio super Virtutibus», que es el
resumen de los testimonios dados, que ahora se hace en todos los procesos de
beatificación para que los consultores analicen las virtudes heroicas de
cualquier candidato a la beatificación, las declaraciones relativas a los
esponsales místicos de Catalina ocupan mucho espacio. El promotor de la fe
(popularmente conocido como «el abogado del diablo»), en la época en que la
causa fue llevada ante la Congregación de Ritos, era el famoso Próspero Lambertini, mejor conocido
después como el papa Benedicto XIV. La cuestión del anillo de santa Catalina
atrajo particularmente su atención, e hizo varias críticas, a las cuáles
respondió con detalle el postulador de la causa. Santa Catalina, como hemos
visto, nació en 1522 y murió en 1590; desgraciadamente fue recién en 1614
cuando tuvo lugar el primer examen jurídico de testigos, en relación con la
causa de beatificación. Como el anillo se había manifestado originalmente en
abril de 1542, era prácticamente imposible que ninguna de las monjas que
formaban parte de la comunidad cuando ocurrió esta maravilla, pudiera estar
viva para dar su testimonio en 1614, setenta y dos años después. Se asegura al
menos que el fenómeno se registró con intervalos, durante toda la vida de
Catalina; además de testimonios escritos y de segunda mano, algunos testigos
pudieron dar una relación de lo que ellos mismos habían visto. Los testimonios,
en general, parecen contradictorios. Tal vez las pruebas más valiosas que se
tienen en el proceso de beatificación sean dos documentos escritos, uno, la
carta del Padre Neri, dominico, fechada
el año 1549, o sea siete años después de los esponsales místicos; el otro, unas
cuantas notas hechas por la hermana María Magdalena Strozzi, amiga íntima de
Catalina, quien la atendió en su enfermedad. El primero relata la aparición de
Nuestro Señor el domingo de Pascua y comenta particularmente que el anillo fue
colocado en el dedo índice de su mano izquierda. Después de lo cual, prosigue:
«"Los superiores de nuestra provincia han descubierto que, durante una
quincena de Pascua, el anillo verdadero, o sea el anillo de oro con su
diamante, fue visto por tres hermanas muy santas, en tres ocasiones diferentes.
Cada una de ellas mayor de cuarenta y cinco años de edad. La primera fue la
hermana Potenciana de Florencia, la
segunda, la hermana María Magdalena de Prato (esta fue María Magdalena Strozzi, quien dejó una
relación manuscrita de su bienamada madre Catalina), y la tercera fue la hermana Aurelia
de Florencia. La superiora de Catalina le mandó que pidiera un favor a
Jesucristo y Él concedió que todas las hermanas vieran el anillo, o al menos
algo en su lugar, durante tres días consecutivos el lunes, el martes y el
miércoles de la semana de Pascua. Durante esos días, todas las hermanas vieron
en su dedo, junto al dedo medio de la mano izquierda, y en el sitio donde ella
decía que estaba el anillo, un rombo rojo («quadretto») en el lugar de la piedra o diamante, y del mismo
modo contemplaron un aro rojo alrededor de su dedo, en lugar del anillo.
Catalina aseguraba que nunca había visto el rombo y el aro de la misma manera
que las hermanas, porque ella siempre veía el anillo de oro y esmalte con su
diamante. El anillo también fue visto durante todo el día de la Ascensión de
1542 y el día de Corpus Christi, como si fuera un enrojecimiento de la carne.
Se añade que esta manifestación estuvo acompañada por un perfume sumamente
agradable, que todos percibieron. El padre Neri añade el comentario de que este enrojecimiento del
dedo no pudo haber sido causado por alguna pintura o tinte, porque el día de
Corpus Christi, como él mismo dice, Catalina fue llevada a la iglesia para que
el gobernador de la ciudad pudiera ver este círculo rojo. Pero toda señal del
mismo desapareció en su presencia, aunque inmediatamente después se mostró otra
vez a las monjas.
En cuanto a la declaración del padre Neri de que tres de las monjas de más edad tuvieron el
privilegio de ver el verdadero anillo de oro y esmalte rojo, es curioso que no
se encuentre confirmación de esto en las propias notas de la hermana María
Magdalena Strozzi, aunque ella es
una de las tres mencionadas. Lo que ésta sí pone perfectamente en claro es que,
durante los tres días después de Pascua, había un círculo rojo alrededor del
dedo de Catalina, el cual describe como un anillo «entre piel y piel», lo que
corresponde estrictamente a lo que el Dr. Imbert-Gourbeyre dice de Marie-Julie Jahenny: parecía como si un anillo rojo, de coral, se le
hubiera enterrado en la carne del dedo. Además, las notas de la hermana María
Magdalena impresionan conmovedoramente por la solicitud y temor que muestra de
que Catalina hubiera sido víctima de algún engaño del demonio. Ella se lo dijo
a su confesor y juntos hicieron experimentos con cinabrio y otros pigmentos,
pero no pudieron reproducir en absoluto algo como el enrojecimiento en el dedo
de Catalina. Entonces la hermana María Magdalena fue a ver a la misma Catalina
y parece que con toda franqueza le contó sus dudas y escrúpulos. Estas
manifestaciones extraordinarias, instaba, eran contrarias al espíritu v
tradiciones del convento y eran muy peligrosas para la humildad y el anonadamiento, tan importante en
la vida religiosa. Catalina estaba de acuerdo y con todo gusto se prestó a que
hiciera lo que quisiera para borrar la señal. Ella sólo se lamentaba y pedía
perdón por ser la causa de tanta turbación e intranquilidad espiritual como había
en todo el resto de la comunidad. Entonces la hermana María Magdalena le tomó
el dedo y lo puso en su boca para saber si tenía algún sabor, y también lo
remojó en agua; después trató de quitar la señal con jabón, pero naturalmente
nada dio resultado. Por otro lado, Catalina declaró con toda sencillez que ella
veía en su dedo un anillo de oro engastado con un diamante ojival y no veía
nada más. «Tengo que acudir a la fe», dijo a su amiga, «cuando me dices que tú
percibes únicamente una señal roja». Es cierto que el hecho de que santa
Catalina veía continuamente el anillo y su piedra con sus ojos corporales, y
que no podía ver el círculo rojo, también se menciona en la carta del padre Neri en 1549.
Los hechos son muy inciertos. Existen abundantes pruebas de que algunas veces
aparecía la señal de un círculo rojo y un rombo en el dedo de Catalina, de modo
que todos podían percibirlo. También parece cierto que ella siempre vio con sus
ojos corporales, en aquel dedo, un anillo de oro con diamante engastado, pero
no hay prueba satisfactoria que muestre que el anillo de oro haya sido
realmente visto por algunos otros. Hay tantos y tan comprobados ejemplos de
resplandor que irradia de la cara, manos y vestidos de los místicos cuando
están arrobados en éxtasis, que podemos fácilmente conceder que esto pudo haber
sucedido en el caso del dedo de Catalina. Si fuera así, posiblemente algunos
testigos pudieron haberse engañado al ver la luz brillante y haberla
interpretado como un anillo de oro con un diamante, del cual antes habían oído
hablar. Una monja explícitamente dijo que el dedo despedía una luz tan
brillante, que no podía ver qué clase de anillo lo circundaba.
Santa Catalina de Ricci murió después de
una prolongada enfermedad a la edad de sesenta y ocho años, el 2 de febrero de
1590. Los fenómenos extraordinarios de los cuales acabamos de hablar han
colaborado a distraer la atención de otros rasgos de su vida. Se distinguió por
una «excelente cordura psicológica y moral», y como muchos otros santos
contemplativos, fue una buena administradora y cumplidora de los deberes de su
casa y cargo. Nunca estaba más feliz que cuando atendía a los enfermos, y su
influencia se extendió más allá de las paredes de su convento y de la ciudad.
Una de sus características, y no la menos interesante, fue la reverencia que
tenía por la memoria de Jerónimo Savonarola, a cuya intercesión celestial atribuía el
restablecimiento de su salud en 1540. Santa Catalina fue canonizada en
1747.
«Life of St. Catherine d'Ricci», por F. M. Capes
(1905). P. Thurston, The Phisical Phenomena of Mysticism
(1952).
fuente: «Vidas de los santos de A.
Butler», Herbert Thurston, SI
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Santo(s) del día
Santa
Catalina de Ricci
saint
San
Juan Téofano
Vénard
Beato
Pedro Cambiani
Santa
Juana de Lestonnac
San
Nicolás Saggio
Beato
Esteban Bellesini
San
Juan Teófano
Vénard
Beata
María Catalina Kasper
Beato
Luis Brisson
Beato
Andrés Carlos Ferrari
Beata
María Dominica Mantovani
San
Flósculo de Orleans
San
Lorenzo de Canterbury
Beato
Simón Fidati
de Cascia
San
Burcardo
de Würzburg
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