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Santa Coleta
Virgen (1380-1447) Hija única. Su padre fue un
carpintero de Corbie, en la Picardía, que en agradecimiento a san Nicolás por
haberle dado la niña tan deseada, esperada y que parecía que no iba a llegar
nunca, le puso por nombre Nicolette. Quedó huérfana a los dieciocho
años.
La mitad de su vida transcurrió durante el Cisma de
Occidente (1378-1417), donde se simultaneaban papas y antipapas a granel; hasta
tres papas llegó a tener la Iglesia, uno en Roma, otro en Avignón y otro en
Pisa. Coleta, que como la gran mayoría de los franceses, aceptaba la obediencia
al papa de Avignón, tomó en el mismo año tres hábitos distintos por la entrada
en tres monasterios diferentes. Tal como entró salió en las beguinas de
Amiens, en las benedictinas de Corbie y en las clarisas "suaves" o mitigadas en
su rigor primitivo por bula de Urbano IV (muerto en 1264) y por ello llamadas
"urbanistas"; todos los monasterios le parecían demasiado cómodos y relajados;
todos los ella conoció habían perdido el rigor primitivo.
Ciertamente los males eran muy grandes en la Iglesia.
Por fin recaló en la Tercera Orden de san Francisco, sin vida en común.
Decidió enclaustrarse ella misma, haciendo que le tapiaran entre dos
contrafuertes de la iglesia de Nuestra Señora de Corbie; allí tenía la suerte de
no tener nada, de poder emplear el día y la noche en oración contemplativa y
dedicarse a las penitencias que el espíritu le sugería. Vivía reclusa, vestida
con su hábito, y consiguió hacer de aquel espacio su celda particular desde la
que podía asistir a la misa diaria y recibir a Jesús
Sacramentado.
Por cuatro años llevó aquella vida solitaria y
penitente, ayunando toda la Cuaresma a pan agua y repitiendo en alguna que otra
temporada la misma pauta; con poco sueño y mala cama, si es que puede recibir
este nombre el manojo de sarmientos desparramados por el suelo y que le servían
para estirar sus huesos. En esas circunstancias tuvo éxtasis en los que le
parecía contemplar el lastimoso estado de las personas consagradas a Dios, que
habían perdido el fervor de la primera caridad. Lágrimas y más penitencia para
expiar.
Tuvo visiones de la Virgen, de san Francisco y santa
Clara que le pedían dedicase su tiempo y fuerzas a reformar la Orden
franciscana; pero como se veía a sí misma como la criatura más tosca, vil y
torpe para tamaña empresa, no se atrevió a hacer nada hasta que recibió la
prueba de lo que desde el Cielo se le pedía. Animada por fray Enrique de la
Beaume y ayudada por la Sra. De Brisay, se trasladó de Niza a Provenza para
entrevistarse con Benedicto XIII, en Avignón. Tiene veinticinco años. Asombrado
quedó el papa con las propuestas de Coleta; autorizó la reforma para todas
aquellas monjas que quisieran aceptarla y la autorizó para fundar nuevos
conventos; aprobó con todas sus bendiciones el propósito de Colette, vistiéndole
él mismo el hábito de la Orden Franciscana, otorgándole el velo y el cíngulo, y
nombrándola abadesa y superiora general tanto de los conventos que reformase
como de los que fundase.
Toda Francia se puso en su contra: los seglares, los
religiosos y los mismos prelados consideraron aquella aventura poco menos que
imposible. Las monjas la juzgaron como amotinada, orgullosa, hipócrita e ilusa.
Tuvo que retirarse a Saboya por la persecución; después pasó a Borgoña.
Gracias a su perseverancia se consiguió aquel imposible por la cantidad de
sinsabores, humillaciones, mortificación y trabajo que debió padecer para sacar
la reforma adelante. La peste ayudó un poco también, llevándose por delante con
sus estragos a las que mostraron mayor resistencia a la reforma. El primer
convento que aceptó la vuelta al primitivo espíritu fue el de Besanzon; luego se
corrió el buen deseo por toda centro Europa y dejó atrás a los Pirineos, cuando
pasó a España.
Murió Coleta, después de recibir fervorosamente los
sacramentos, en Gante (Bélgica), el día 6 de marzo de 1447, con sesenta y seis
años de edad, después de haber sido adornada con los dones de profecía y
milagros. Ella misma fundó dieciocho nuevos conventos llamados de las Clarisas
Pobres, las descalzas, que viven en alegría el espíritu de
Coleta.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a Santa Coleta el
don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a
nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente
nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de
tu Hijo. Que vive y reina contigo.
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Santo(s) del
día
Santa Coleta
San Olegario
San Víctor
Nicodemia
San Marciano
Tortona
San Basilio
Bolonia
San
Crodegando
San
Fridolino
Beata Juana
María
San
Claudiano
San
Kinesburga
San Bauterio
Santa Rosa
de Viterbo
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