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Sábado 15 Febrero 2014
San Colombiere S.J.
San Claudio de la Colombiere, sacerdote jesuita, fue el
primero en creer en las revelaciones místicas del Sagrado Corazón recibidas por
Sta. Margarita en el convento de Paray le Monial, Francia.
Gracias a su apoyo la superiora de Margarita llegó también a
creer y la devoción al Sagrado Corazón comenzó a propagarse. San Claudio no solo creyó sino que en
adelante dedicó su vida a propagar la devoción siempre unido espiritualmente a
Sta. Margarita en cuyo discernimiento confiaba plenamente.
Sacerdote santo y sabio que supo discernir muy bien la
auténtica intervención divina en el alma de Sta. Margarita a pesar que hasta
entonces todos los teólogos y las religiosas la
despreciaban y hasta algunos la tenían por posesa. El santo Claudio
nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641. Su familia estaba
bien relacionada, era piadosa y gozaba de buena posición. No poseemos ningún
dato especial sobre su vida antes de ingresar en el colegio de la Compañía de
Jesús de Lyón.
Aunque sentía gran repugnancia por la vida religiosa, logró
vencerla y fue inmediatamente admitido en la Compañía. Hizo su noviciado en
Aviñón y, a los dos años, pasó al colegio de dicha ciudad a completar sus
estudios de filosofía. Al terminarlos fue destinado a enseñar la gramática y
las humanidades, de 1661 a 1666. Desde 1659, la ciudad de Aviñón había
presenciado choques constantes entre los nobles y el pueblo En 1662, ocurrió en
Roma el famoso encuentro entre la guardia pontificia y el séquito del embajador
francés.
A raíz de ese incidente, las tropas de Luis XIV ocuparon
Aviñón, que se hallaba en el territorio de los Papas. Sin embargo, esto no
interrumpió las tareas del colegio, y el aumento del calvinismo no hizo más que
redoblar el celo de los jesuitas, quienes se consagraron con mayor ahínco a los
ministerios apostólicos en la ciudad y en los distritos circundantes. En 1673,
el joven sacerdote fue nombrado predicador del colegio de Aviñón. Sus sermones,
en los que trabajaba intensamente, son verdaderos modelos del género, tanto por
la solidez de la doctrina como por la belleza del lenguaje.
El santo parece haber predicado más tarde los mismos sermones
en Inglaterra, y el nombre de la duquesa de York (María de Módena, que fue
después reina, cuando Jacobo II heredó el trono), en cuya capilla predicó
Claudio, está ligado a las ediciones de dichos sermones. El santo, durante su
estancia en París, había estudiado el Jansenismo con sus verdades a medias y
sus calumnias, a fin de combatir, desde el púlpito sus errores, animado como
estaba por el amor al Sagrado Corazón, cuya devoción sería el mejor antídoto
contra el Jansenismo. A fines de 1674, el P. La Chaize, rector del santo,
recibió del general de la Compañía la orden de admitirle a la profesión
solemne, después de un mes de ejercicios espirituales en la llamada
"tercera probación". Ese retiro fue de gran provecho espiritual para
Claudio que se sintió, según confesaba, llamado a consagrarse al Sagrado
Corazón.
El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto
de fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores
detalles. Según anota en su diario, había ya vivido durante algún tiempo en esa
fidelidad perfecta, y quería consagrar con un voto su conducta para hacerla más
duradera. Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y
eso le inspiró un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí
mismo. Como escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de
que empiece a vivir en Tí y sólo para Tí, pues a mi edad, Tú quisiste morir por
mí en particular". El P. La Colombiére fue beatificado en 1929 y su
Santidad Juan Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia Universal celebra
su fiesta el día 15 de febrero.
Oración de San Claudio
de la Colombiere S.J.
JESÚS, AMIGO ÚNICO Esta oración está sacada de la 39ª de las
"Reflexiones cristianas" (O.C. V, pág. 39); a propósito de S. Juan
Evangelista, nos propone que recemos a Jesús, único. y verdadero.
Amigo. Jesús, Tú eres
el Amigo único y verdadero; no sólo compartes cada uno de mis padecimientos,
sino que lo tomas sobre Ti y conoces el secreto de transformármelo en gozo. Me
escuchas con bondad y, cuando te cuento mis amarguras, me las suavizas.
Te encuentro en todo lugar, jamás te alejas y, si me veo
obligado a cambiar de residencia, te encuentro allí donde voy. Nunca te hartas
de escucharme;, jamás te cansas de hacerme bien. Si te amo, estoy seguro de ser
correspondido; no tienes necesidad de lo mío ni te empobreces al otorgarme tus
dones. No obstante que soy un hombre pobre, nadie (sea noble, inteligente o
santo) podrá robarme tu amistad.
La misma muerte que separa a los amigos todos, me reunirá
contigo. Ninguna de las adversidades de la edad o del azar lograrán jamás
alejarme de ti; más bien, por el contrario, nunca gozaré con tanta plenitud de
tu presencia ni jamás me estarás tan cercano, cuanto en el momento en que todo
parecerá conspirar contra mi. Sólo Tú aciertas a soportar mis defectos con extremada
paciencia. Incluso mis infidelidades e ingratitudes, aunque te ofenden, no te
impiden estar siempre dispuesto a concederme tu gracia y tu amor, si yo las
deseo.
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