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domingo
08 Febrero 2015
Quinto
Domingo del tiempo ordinario
Evangelio
según San Marcos 1,29-39.
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a
casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de
inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más
fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y
endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos
demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era
él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar
desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan
buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las
poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando
demonios.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de
Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la
Iglesia
Sermón 176, 4
«Jesús
la tomó de la mano y la hizo levantar»
El Apóstol Pablo dice: «He alcanzado misericordia (…) a fin de que Jesucristo
mostrara en mí toda su longanimidad, para instrucción de quienes han de creer
en él para la vida eterna» (1Tm 1,16). Cristo que iba a conceder el perdón a
los pecadores, incluso a sus enemigos, que se convirtieron a él, comenzó
eligiéndome a mí, el enemigo más sañudo, para que una vez sanado yo, nadie
pierda la esperanza para los demás.
Esto es lo que hacen los médicos: cuando llegan a un lugar en que nadie los
conoce, eligen primero para curar casos desesperados; de esta forma, a la vez
que ejercen en ellos la misericordia, hacen publicidad de su ciencia, para que
unos a otros se digan en aquel lugar: «Vete a tal médico; ten confianza, que te
sanará. (…)También yo he conocido una situación parecida; lo que tu padeces
también lo padecí yo». De modo semejante dice Pablo a todo enfermo que está a
punto de perder la esperanza: «Quien me curó a mí, me envió a ti, diciéndome:
Acércate a aquella persona sin esperanza y cuéntale lo que tuviste, lo que curé
en ti. (…) Grítalo a los desesperados: Es palabra fiel y digna de todo crédito
que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1Tm 1,15). ¿Por qué
teméis? ¿Por qué os asustáis? El primero de los cuales soy yo. Yo, yo que os
hablo; yo sano, a vosotros enfermos; yo, que estoy en pie, a vosotros caídos;
yo ya seguro, a vosotros sin esperanza». (…)
No perdáis, pues, la esperanza. Estáis enfermos, acercaos a él y recibid la
curación; estáis ciegos, acercaos a él y sed iluminados. (…) Decid todos:
“Venid, adorémosle, postrémonos ante él y lloremos en presencia del Señor, que
nos hizo” (Sal 94,6 Vulgata).
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