sábado 31 Mayo 2014
VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Luego que María Santísima oyó del
ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y
comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles
las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San
Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que
es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a
quienes ama.
Por medio de la visita de María llevó
Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la
alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros
favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios
encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida
como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía
hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.
Además, nuestra Madre María recibió
el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación
del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su
prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna,
siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan.
Este fue el primero de los numerosos
viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo,
Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén
necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue
a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a
cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a
Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos
santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.
Donde está María, allí está Cristo
(1)
Fiesta
de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001
SS
Juan Pablo II
María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
Resuenan en nuestro corazón las
palabras del evangelista san Lucas: "En cuanto oyó Isabel el saludo
de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc
1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de
"pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente
en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración
evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la
Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu
Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del
Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a
preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.
Donde está María, allí está Cristo; y
donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él
en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles
subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los
Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El
"sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el
don de Dios: como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue
sucediendo en el camino de la Iglesia.
Reunidos en oración con María,
invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera,
para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo
particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la
Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un
espíritu de fe y de celo apostólico. Es muy significativo que en el último día
de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si
quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de
visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como
la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone
de nuevo hoy este acontecimiento bíblico.
A todos vosotros, aquí reunidos en
tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante
el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días
venideros. (2)
El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)
1. En el relato de la Visitación, san
Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a
María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los
hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose
ya desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la
salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse
en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para
indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc
24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc
5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere
subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del
Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.
2. El texto evangélico refiere,
además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc
1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc
1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación
topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en
el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación,
que dice a Sión: "¡Ya reina tu Dios!" (Is 52,7).
Así como manifiesta san Pablo, que
reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del
Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece
invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva,
comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen
santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el
camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).
En efecto, con su visita a Isabel,
María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el
comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el
modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la
alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
3. El encuentro con Isabel presenta
rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento
espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad
parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su
fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel"
(Lc
1,40).
San Lucas refiere que "cuando
oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc
1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la
entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta
que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la
presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también
Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y
exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu seno"" (Lc 1,41-42).
En virtud de una iluminación
superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento,
es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
4. La exclamación de Isabel "con
gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria
del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como
cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la
Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola "bendita
entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su
fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de
María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel
comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a
mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la
expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aún,
mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta
expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar
del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios
le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de
Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación
pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es
decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de
admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae
como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a
la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas
palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas
llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc
1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce
como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo
empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de
la salvación divina (3)
(1) www.catholic.net
(2) (©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)
(3) (L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)
(2) (©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)
(3) (L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)
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